Toni Bolaño

Mesianismo redentor

El Gobierno central está contento con la querella que la Fiscalía ha presentado a Artur Mas por desobediencia por convocar el 9-N. La Generalitat está contenta porque la presentación de la querella es un argumento inconmensurable para envolverse en la bandera, la épica y el patriotismo y agitar los sentimientos de que fueron a votar en la pseudoconsulta Los únicos descontentos son los que intentan encontrar una solución a un conflicto que ha dividido en dos a la sociedad catalana. O sea, los socialistas que lo ven como un error; Ciudadanos que cree que llega tarde y mal; y Duran Lleida, que vislumbra un choque de trenes al girar la esquina.

Con este escenario, los focos apuntarán al martes. Ese día, el presidente Mas, rodeado de fieles y haciendo una demostración de fuerza, expondrá su nueva hoja de ruta. Nadie la conoce. Ni sus más fieles. No se sabe si convocará elecciones –la fecha del 8 de febrero tiene muchos números– o no lo hará. Si prorrogará presupuestos o no. En definitiva, nadie sabe nada. Ni los más allegados. La situación es la máxima expresión del mesianismo redentor. Y eso, en la Europa moderna, nunca ha conllevado nada bueno.

Seguramente, Mas está deshojando la margarita. Se siente fuerte. CiU y su propia figura están cogiendo aire después del 9-N. Aire quiere decir evitar el sorpasso de los republicanos. La realidad demoscópica dice que CiU se recupera, pero pierde alrededor de 16 diputados con respecto a las últimas elecciones. Sólo Duran se atreve a mantener discrepancias con Mas. El democristiano prepara su propia alternativa inspirada en el nacionalismo no independentista en caso de afrontar un proceso electoral. A Mas no le preocupa. Le da por amortizado.

Sólo una sombra hace que Mas no convoque elecciones. Ahora lo podría hacer porque no hay una sentencia que le inhabilite. Esa sombra es Podemos. Los de Pablo Iglesias en Cataluña no tienen estructura, no tienen líder y, por no tener, no tienen posición sobre el proceso independentista. Aun así, las encuestas pronostican que se convierten en tercera fuerza. Ante este cambio de escenario, Mas se lo piensa. Con los números de CiU no gana. No puede convocar comicios –plebiscitarios, por supuesto– y perderlos. Por eso, presiona para conseguir una lista unitaria y garantizarse una holgada mayoría. Para lograr su objetivo, sólo tiene que doblegar a Junqueras, el líder de ERC. La Asamblea Nacional y Òmnium Cultural ya le han dejado en la estacada. Junqueras pensaba que ganaba sin bajarse del autobús. Se ha dado de bruces con la realidad y una buena parte de su partido le mira con recelo. Están obnubilados por Mas.

El líder de CDC apuesta por esa lista unitaria bajo lo que se llama pomposamente «lista de país» o el «partido del president». Junqueras no está por la labor, pero aceptaría que todos se presentaran con sus siglas bajo un manto común. O sea, ERC-Independencia y CiU-Independencia. La fórmula haría posible tener un grupo común en el Parlament pero cada uno mantendría su personalidad.

Solucionado este obstáculo, tiene el camino expedito. El PSC se ha vuelto a romper esta semana. Varios ex consejeros socialistas crean un partido y tantean diferentes ofertas, ya sean de CiU, de ERC o de ICV. Iniciativa per Cataluña está noqueada víctima de su propia fractura interna entre federalistas e independentistas y por el tsunami de Podemos. El PP está bajo mínimos y sólo Ciutadans mantiene el tipo doblando, o incluso más, su actual representación.

El Gobierno Rajoy no mueve pieza. Tal como está el patio no parece ser una buena opción. El PSOE de Pedro Sánchez sigue apostando por una reforma federal como la solución. El problema, sólo es, que el tiempo se acaba y Catalunya está en manos del mesianismo redentor.