Julián García Candau

Messi y Tito, de paseo

Santiago Bernabéu, conocedor de que Franco no había sacado un solo bonito en el Mediterráneo, cuando se vieron, le preguntó por cómo había ido la jornada de pesca. El dictador, con mucha retranca, respondió: «No fui a pescar, fui de paseo». Seguramente también Messi tras su paso por el Allianz Arena de Múnich pudo decir que fue de paseo a Alemania. Tito Vilanova también porque no supo reaccionar para reactivar a su equipo, que se estaba desmoronando sin remedio. Al fútbol no se puede jugar un partido de tanta trascendencia si físicamente no se está en plenitud. Al fútbol, ni siquiera en plena forma física, se puede jugar sin correr.

Rogelio, histórico ídolo bético, le dijo a su entrenador, Rafa Iriondo, después de los gritos de éste, que no corría porque correr es de cobardes. No es el caso de Messi. Nunca ha sido cobarde. Pero ayer se le alineó pensando en el efecto que produce en sus compañeros, a quienes alienta, y en el pavor de los jugadores contrarios, cuya sola presencia intimida. Dando pasitos, deambulando por la zona en la que no se crean peligros, su efectividad fue absolutamente nula. Los contrarios se percataron de que no está para grandes retos y no existió pánico.

Los técnicos del Barcelona, seguramente justificarán la presencia de Alexis porque se sacrifica. Muy poca cosa a estas alturas. Pedro, con labor conservadora tras Ribèry, fue el mejor en el ataque azulgrana. El Barça debió de creer en la teoría de que hay que poseer el balón por encima de todo. Esa función sin crear jugadas de gol es nada y menos todavía. El Barça no desbordó, no llegó al área muniquesa con peligro y recordó al que fue derrotado (2-0) en Milán, con el agravante de que remontar un resultado tan adverso como el de ayer es un imposible.

Posdata. Fracaso rotundo del Barça y muestra palmaria de impotencia.