Tenis

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La Razón
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Caen como moscas. El 70 por ciento de los torneos ATP se juegan en pista dura y los tenistas son carne de cañón. No es sólo el terreno que pisan sino el calendario sobrecargado, excusa que sirve a las figuras para escaquearse de la Davis. Es comprensible. En este deporte, una vez que alcanzas la cima, o eres Federer o estás listo. El suizo, el superclase por excelencia, aunque Agassi insista en que el mejor es Nadal, cumple años (36), selecciona torneos, deslumbra y se reinventa.

Federer es eterno y el resto sobrevive. Ejemplo de superación es Rafa Nadal, que combina rachas de ausencia por lesiones complicadas y dolorosas con un esplendor que traslada desde la hierba a la arcilla, pasando por la pista dura, su mayor condena. Rafa no engaña. Al retirarse de la Rod Laver en Melbourne, después de saludar a la juez de silla y felicitar a Cilic, lanzó con rabia la cinta del pelo contra su banco. Emociones a flor de piel, frustración por la baja inesperada y después una recomendación a las autoridades de la ATP: «Hay que plantearse por qué hay tantas lesiones». Murray, Wawrinka, Djokovic, él... Y no es Nadal de los que tiran la toalla al menor síntoma de contratiempo físico. En 2011, también en Australia, el tío Toni le recomendó que abandonara durante el partido contra David Ferrer por serios problemas en los isquiotibiales. Su respuesta: «No me retiro ni cagando». Terminó roto y derrotado (3-0).

Podrían los tenistas arrogarse el #MeToo –«Yo También» me lesiono– de Reese Witherspoon o Maggie Gyllenhaal, o el #Time’sUp –«se acabó el tiempo»– que hacen suyo Meryl Streep, Emma Stone, Natalie Portman o Penélope Cruz, en lucha abierta contra el acoso sexual y personajes como Harvey Weinstein. La voz de Hollywood suena diferente entre las actrices francesas –Catherine Deneuve, Juliette Binoche...–, contrarias a la caza generalizada de brujas. En todos los casos: «Basta ya».