Alfonso Ussía

Mi euro

Nada tengo, todo lo contrario, contra los payasos de los circos, las fiestas de niños y las esquinas festivas. Estos son de otro modelo de payasos. Viven aislados. Adoran su ombligo. No son capaces de ver ni un metro más allá de sus egoísmos y sus limitaciones. Ellos se visten igual, se dejan la barba con iguales centímetros, calculan la medida suciedad de su aspecto con semejantes baremos y no salen de los tópicos más ramplones y elementales. Ninguno de ellos, y son legión los que han pisado sus alfombras y muchas han sido las ediciones del Festival de Cine de San Sebastián, ha dedicado jamás, ni una palabra, ni un gesto ni una lágrima a las víctimas del terrorismo. Desde que se les ha cerrado el grifo de los derroches –porque siguen las subvenciones– su mala educación se ha hecho aún más patente. Así que el ministro de Cultura, con el que cada día que pasa estoy más de acuerdo, le entregaba a un tal Bayona un premio, y el tal Bayona retiró la mirada a quien le tendía la mano y le daba el diploma. Expresión de odio y resentimiento. Lo segundo, me figuro, porque considera al ministro el culpable de que los contribuyentes españoles no financiemos sus películas. Pocos minutos más tarde, esa expresión de enemistad se tornó en amplias sonrias y camaradería. El alcalde de San Sebastián, de Bildu, es decir, de Batasuna, es decir de Sortu, es decir, partidario de la ETA, disfrutó de lo lindo con las divertidas palabras del tal Bayona.

Otro tal Bajo Ulloa, Bajísimo Ulloa, soterrado Ulloa, nada que ver con los Ulloa Ópticos que eran gente muy profesional y amable, llegó en brazos de un titiritero disfrazado que caricaturizaba al Rey. Un tal Tony Lomba, si las noticias responden a la verdad. Entonces, entre Tony Lomba disfrazado de Rey y el Bajo Ulloa caracterizado de sucio «casual» entonaron un descarrachante himno de España, con letra y todo. «Comer los domingos tortilla española/ y darle un buen revés a mi señora». Divertidísimo. Qué ingenio, qué originalidad, qué talento y qué clase.

Tengo la satisfacción de no haberme gastado ni un euro en los últimos quince años para ver cine español. Bastante me han sacado de mis impuestos para financiar sus estupideces. Y de momento no tengo previsto cambiar de actitud. Quizá, el día en el que un presumible actor o actriz o un presunto director se atrevan en San Sebastián a denunciar el terrorismo como hicieron con la guerra de Irak y no con la de Afganistán –fue Zapatero el que mandó allí a nuestros soldados a un «conflicto bélico» que no era guerra, y allí hemos dejado 100 héroes–, ese día, quizá para celebrar su abandono del pozo intelectual en el que están ahogándose, haga uso de la calderilla y compre voluntariamente una entrada para ver cine español. Pero me temo que eso no va a suceder, porque la incapacidad de abrir los ojos y ver las cosas desde una posición de equilibrio, arte, buen gusto y sentido de la justicia, impide e impedirá tan sencillo gesto de valentía.

Ellos están en lo suyo y se lo pasan bomba. En los Goya, en los festivales, siempre los mismos, siempre las mismas, siempre los rancios guiones progres, siempre los cavernícolas guiños proletarios, siempre los malos con bigote, y siempre los buenos con caras de ángeles y sonrisas a las flores. Son un coñazo. Pero eso no es importante. Lo importante es que son unos payasos, unos cínicos, unos vividores y los responsables de que España tenga un cine obvio y en ocasiones, nauseabundo. De momento, me quedo con mi euro.