Alfonso Ussía

Minutos de silencio

La Razón
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El buenismo ha convertido en un hábito el «minuto de silencio» en homenaje a cualquier fallecido en los momentos previos a la celebración de un partido de fútbol. En mis años infantiles y juveniles los «minutos de silencio» eran excepcionales. En la actualidad, los contratos entre clubes y futbolistas harían bien en exigir la obligatoriedad de la tristeza en el semblante de los jugadores cuando se interpreta el falso dolor silencioso. En Cataluña, se acompaña del «Canto de los Pájaros» del gran violonchelista Pau Casals, y en el resto de España los acompañamientos musicales varían, aunque durante muchos años se abusó del agotador «Adaggio» de Albinoni, y el más inspirado «Canon» de Pachelbel. «A continuación se guardará un minuto de silencio por el fallecimiento de Manuel Pitalugo, ‘‘Lolín’’, portero suplente de nuestro equipo en la década de los setenta». Los jugadores, que no sabían de la extinta existencia de «Lolín», forman abrazados en semicírculos en el centro del campo, y un público al que le importa un bledo la muerte de un «Lolín» que no conoció mantiene un silencio obligado que cierra con una sonora ovación cuando el árbitro sopla por el pito anunciando el término del fúnebre homenaje. El público no aplaude la memoria de «Lolín», sino el gozoso e inminente principio del partido. Y me refería a la cláusula contractual. «El jugador Popovic se compromete a simular dolor compungido durante los minutos de silencio que se celebrarán con anterioridad a todos los partidos de Liga y Copa en recuerdo de los que vayan falleciendo a medida que se cumple el calendario de la temporada».

Los «minutos de silencio» ya no emocionan. Se han convertido en una costumbre de igual o menor importancia que la de posar para los fotógrafos con el equipo formado. En una semana, siempre hay algún fallecido merecedor del habitual minuto en su memoria. «Un minuto de silencio en memoria de nuestro socio 13.986, don Ángel Del Tubo y Fraisolí, que ha fallecido en Etiopía como consecuencia de la coz de un avestruz». Y Popovic fija sus ojos con desconsuelo en el césped mientras se oye el tramo inicial del «Adaggio» de Albinoni. Han dejado de ser una excepción emotiva para convertirse en una parte obligada del Reglamento.

Y para colmo, cuando hay motivos para guardar un minuto de silencio en todos los estadios y campos de fútbol de España por el fallecimiento de quien merece nuestra oración y homenaje, ese minuto de silencio no se produce.

Los españoles olvidamos que existen decenas de miles de compatriotas que nos permiten dormir, trabajar, soñar y vivir gracias a sus calladas misiones, guardias y servicios. Se disputan los partidos de fútbol sabatinos o domingueros cuando en los lugares más inhóspitos, lejanos y arriesgados del mundo, los soldados españoles nos garantizan con su presencia en la lejanía la tranquilidad que aquí disfrutamos. En los alrededores de Bagdad, cumpliendo con su deber y su vocación de servicio, falleció con veinticinco años de edad un soldado de España. Se llamaba –y se llama–, Aarón Vidal López, y pertenecía al Regimiento Lusitania de Caballería con base en Marines, Valencia. Y los tenemos en Afganistán, Irak, Senegal, Malí, Turquía... Sus vidas garantizan las nuestras y no somos capaces de recordarlos ni agradecerles sus sacrificios en un puto partido de fútbol. «Un minuto de silencio por el árbitro retirado Feliciano Jarrón de Flores». Pero ni un segundo de silencio en honor y gratitud de un soldado de España caído lejos de la Patria que ha jurado defender.

A partir de ahora, durante los minutos de silencio habituales, obligados, absurdos y buenistas voy a bailar «Paquito el Chocolatero».