Ángela Vallvey

Modernos

Todos los problemas de España se resumen en uno: que continúa viviendo en el siglo XIX, atrapada en los tópicos del viejo Romanticismo decimonónico que -no hay que olvidarlo- fue una reacción casi «emotiva» contra la Ilustración, y cuyo epílogo lo escribiría nada menos que el Surrealismo. Del Romanticismo al Surrealismo: he ahí nuestra historia, el bucle donde estamos atrapados y del que no logramos salir.

La España del siglo XXI vive, respira y siente en el XIX, política y socialmente hablando. Uno de los males del XIX, por cierto, fue el nacionalismo: el siglo XIX lo alumbró y el XX lo vio crecido, fuerte, espantoso, y sintió su poder transformador ligado casi siempre a la guerra, a los odios raciales y la discordia social.

Solamente en una España que sigue viviendo, respirando y sintiendo -política, socialmente... - en el siglo XIX, que vive en el XIX desde el XIX hasta la fecha, sólo en esa España se puede entender que, tras la muerte de Franco -otro nacionalista, por cierto- la sociedad acogiera a las fuerzas políticas nacionalistas con los brazos abiertos, otorgándoles una supuesta modernidad que, desde luego, no tenían. Sólo en esa España se puede comprender la asociación automática que hace el español de a pie entre nacionalismo y política innovadora, avanzada.

Frente al universalismo de Napoleón, que quiso inventarse la globalización -y, de hecho, es probable que la inventara- frente al gabacho absoluto con sus principios generales, el Romanticismo decimonónico ensalzó la aldea, el terruño, la política de refranero y cantos regionales, y la envolvió en un principio de asociación al pensamiento revolucionario. Únicamente el internacionalismo socialista logró desenmascarar las falsas ínfulas revolucionarias del nacionalismo sacándole los colores (regresivos, ultra conservadores, o sea: románticos).

Pero, en España, hoy el nacionalismo todavía es guay. (¿No es surrealista?).