Julián Redondo
Monear
Atrapado en la insoportable levedad del ser, como un cualquiera, vulgar hasta lo soez, nada especial, Mourinho se hunde con el Chelsea y Benítez pisa firme con el Madrid, aunque todavía no ha ajustado todas las piezas. Se sobrepone a las plagas con victorias y cada partido especula menos. Hace test sobre seguro porque su fondo de armario es fundamental. También hay plantilla en el Atlético, individualidades e ilusión con margen de mejora para crecer. Pero hay que desearlo. Es la realidad, no delirios de grandeza, mas todo ello insuficiente cuando la gloria produce vértigo y el entrenador echa el freno de mano. El Atlético se ha propuesto volar y sus aspiraciones rozan el cielo, pero pueden acabar en el limbo por monear. Contra el Valencia cometió el error de gustarse y el equipo veloz, ofensivo e intenso derivó en melindres y lo pagó con el absurdo e innecesario penalti de Godín. Y de la calma chicha, a los nervios. En Riazor volvió a tropezar en la misma piedra. En el segundo tiempo reculó. Renunció al balón, al ataque, al furor, otra vez a Carrasco, se rajó y regaló el partido al Deportivo, que lo aprovechó. Giménez había avisado de que no era su día y, sobrado como el equipo, cometió un error de principiante. Su insensatez, aliada del conservadurismo de Simeone, propició el empate. Y gracias. Pudo perder el Atlético por cobarde, porque al fútbol ganan más los valientes, como Paco Jémez con el Rayo. Un ejemplo a seguir. Morir matando; capitular, jamás. Tampoco el Madrid se distendió cuando metió el primero al Las Palmas. La superioridad se plasma en el campo y en el marcador, con ganas, fe y ambición.
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