Alfonso Ussía

Montorito

La Razón
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Cada minuto que transcurre sin noticias de la dimisión o expulsión de Montoro del Gobierno de España, el desprecio a la ciudadanía aumenta. Por unanimidad, el Tribunal Constitucional ha tumbado la amnistía fiscal que Montoro propuso a los poderosos mientras arruinaba a la clase media. No afectará a los que se acogieron a la amnistía por haber transcurrido cinco años. Pero sí afecta y señala y ridiculiza al ministro de Hacienda de manera vergonzante y vergonzosa. Que el TC señale que un ministro de Hacienda ha «legitimado la conducta de los que incumplieron su deber de tributar», manda narices. Que el Tribunal Constitucional señale que el Ministerio de Hacienda ha «abdicado de sus obligaciones», manda flores. Que el Tribunal Constitucional determine que las medidas adoptadas por Montorito son «insolidarias», manda huevos. Que el presidente del Gobierno, ante la magnitud de los errores cometidos por su ministro de Hacienda no lo haya enviado ya a las puertas giratorias que aguardan a Montoro para asegurar su bonancible supervivencia económica, resulta demoledor. Y también se antoja más que sospechoso que la sentencia del TC haya coincidido con el tiempo cumplido para revisar las regularizaciones.

Montoro ha cuidado mucho a los poderosos. Ellos son los que le ofrecerán las puertas giratorias que mantendrán su futuro. Es muy fácil destrozar y machacar a los indefensos con una política fiscal implacable y abusiva. El Ministerio de Hacienda es, hoy en día, una sucursal recaudadora prepotente, inflexible y con modos de la Gestapo. No sirve y defiende a los contribuyentes. Los persigue y los arruina. El Gobierno está para servir, no para acorralar. Pero los acorralados no son las grandes fortunas, ni los responsables de la administración de las más importantes empresas. Ellos guardan en los desvanes de su poder las puertas giratorias que agradecen los favores recibidos. Se llaman. –De acuerdo, me quedo con Montoro. Pero al próximo le haces consejero tú-.

Montoro está obligado a irse voluntariamente. Bueno, no tan voluntariamente. Está obligado a dimitir por haber sido plenamente desautorizado por el Tribunal Constitucional. Su Monedero particular, el Secretario de Estado de Hacienda, llamado algo así como José Enrique Fernández de Moya –tiene buena rima–, ha destacado que la sentencia del TC «no tiene ningún tipo de consecuencia». Vaya. No la tiene económicamente para los amnistiados porque el plazo de revisión se ha cumplido. Pero sí la tiene para los responsables del Ministerio de Hacienda que han sido amablemente vituperados en el texto de la sentencia del Alto Tribunal. Para mí, que Moya, el de la buena rima, haría bien en acceder a otra puerta giratoria con anterioridad a verse en la calle. Porque no hay espacio para la justificación. Por ética, Montorito, Moya –no voy a caer en la facilidad de la rima–, y todos cuantos hayan intervenido en lo que hoy ha considerado el TC insolidario, abdicación de los deberes, y legitimación de los que incumplieron su deber de tributar, están obligados a principiar la recogida de sus objetos personales de sus despachos en el Ministerio. La foto de la boda, la imagen de los padres con los niños, la placa de plata del último homenaje, y los libros dedicados recibidos en los últimos meses. Alguno de ellos, a buen seguro, también tendrá que recoger y embalar la figura de Lladró y el jarrón de cerámica de Talavera con el escudo familiar.

A las puertas giratorias o a la calle. Pero no son dignos de seguir en sus actuales cargos. «Tú a Boston y yo a California» se titulaba una película bastante cursi. Pues eso. «Yo a Telefónica y tú a Endesa». Y no pasa nada.