Julián Cabrera
Morado y con asas
Los gobiernos autonómicos de Galicia y País Vasco, o lo que es lo mismo, el presidente Núñez Feijóo y el lendakari Urkullu han ofrecido un indicativa lección en la que probablemente no hayan reparado quienes piensan que en época de elecciones lo que toca es tirar la casa por la ventana, aumentar el gasto y repartir clientelismo a cambio de votos. Son curiosamente las comunidades gallega y vasca, dos territorios citados con las urnas para este mismo año y a la vuelta de pocos meses, los únicos –con Canarias– que han cumplido con el objetivo de déficit marcado para 2015 en contraste con el resto de comunidades, donde, paradójicamente el horizonte electoral se atisba –salvado el caso catalán– manifiestamente lejano.
La responsabilidad en las cuentas de gobiernos como el de un Núñez Feijóo, que se encuentra encuestas en mano bordeando unos límites de la mayoría absoluta, que en el caso del PP son claves para gobernar, contrasta con el dato de descontrol general por encima de lo comprometido con Bruselas para 2015. Todo un aviso a navegantes. A los que pensaban que en tiempos electorales tocan alegrías para asegurar votos y a los que prometen imposibles caso de llegar a la Moncloa en el actual periodo de postureo previo a un posible pacto PSOE-Podemos y otras marcas políticas.
La realidad es tozuda. En 2016 España deberá ahorrar 24.000 millones de euros para cumplir con el objetivo de déficit y desde la formación que lidera Pablo Iglesias lo que se le plantea a Sánchez en la mesa negociadora es aumentar el gasto en 60.000. El final de esta película del género fantástico ya lo conocemos: no fueron necesarias muchas visitas en su flamante moto a la Comisión Europea, para que el ex ministro griego de finanzas Yanis Varoufakis comprobara que los socios de la Unión no iban a pasar por el trágala de las alegres promesas de Syriza a propósito de aumentar el gasto público, seguir pidiendo fondos a Europa y silbar mirando para arriba a la hora de devolver lo adeudado. «Ajusten sus cuentas, paguen lo que deben y no vengan acusando de ingerencias en su soberanía nacional», le dijo textualmente casi levitando en su silla de ruedas Wolfgang Schauble, responsable de economía alemán, a un Varoufakis cuyas ínfulas han quedado para cobrar pingües minutas por sus conferencias desde foros como el europeo antiausteridad, que lidera junto a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
El Gobierno de Rajoy ha conseguido reducir casi a la mitad la herencia del déficit disparado en la etapa de «ZP», pero el dato conocido la pasada semana marca una cuando menos inquietante tendencia que tiene mucho que ver con no haber embridado a los manirrotos –no se entiende por qué no se ha aplicado con mayor contundencia la regla del gasto regulada por Ley– y con el aroma electoral que no cesa, tal vez ignorando que al final, gobierne quien gobierne, el señor Moscovici –Don Pierre– es el que nos espera en la esquina con la gorra y la libretita de las multas.
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