Cástor Díaz Barrado

Mundial

Es verdad que el deporte y, en particular, el futbol levantan pasiones. Por lo menos, existe una gran coincidencia en que el deporte de élite une a los ciudadanos de un estado o de una región y que el triunfo en competiciones internacionales no sólo proporciona orgullo sino, también, prestigio en la sociedad internacional. Los estados también se miden por sus capacidades deportivas. El deporte es un mecanismo de identificación y aporta identidad a los pueblos y a las naciones. Es en el fondo una forma de comunicación y relación entre los pueblos y los seres humanos muy aceptable y que pone de manifiesto las capacidades para entenderse que tiene la humanidad. De ahí que muchas veces sean acríticas las posiciones en torno a determinadas decisiones sobre el deporte que adoptan los gobiernos o quienes organizan y ejecutan los eventos deportivos. Todo se justifica y poco parece importar que se realicen gastos exagerados e innecesarios. El Mundial de futbol que está teniendo lugar en Brasil participa de todas estas condiciones y, a la postre, la atención mundial se detiene en el triunfo o la derrota de los diversos equipos. Nada es mejor para conectar a los pueblos y afirmar sus identidades que a través del deporte y del enfrentamiento pacífico y lúdico que éste nos proporciona. Pero, también, debemos reflexionar. Asegurar un deporte de calidad no debe suponer que se incurren en gastos desmesurados ni implica descuidar otros sectores que precisan de acciones urgentes por parte de los estados y de los organismos internacionales. Las protestas en Brasil, aunque haya disminuido su intensidad con el tiempo, nos revelan que ha llegado el momento de abordar los eventos deportivos de alcance internacional con sosiego y que los beneficios que se obtienen deben tener una repercusión inmediata y palpable en los sectores menos favorecidos de la sociedad. Las primas que se ofrecen a los deportistas españoles por el triunfo en el Mundial no se corresponden con la realidad de nuestro país y deberían no sólo preocupar a los ciudadanos sino, también, ser objeto de un debate más profundo. No se puede predicar la austeridad para el conjunto de una sociedad y, al mismo tiempo, dilapidar fondos, da igual que sean públicos o privados. La situación económica y social de Brasil ha propiciado que se produzcan protestas significativas en torno a la celebración y condiciones en las que tiene lugar el Mundial. Es una llamada de atención. La sociedad internacional debería tener en cuenta que es posible disfrutar del deporte de más alta calidad y que, también, es posible atender las justas demandas sociales.