Restringido

Navarra ante el 24-m

Que Navarra ha sido siempre una obsesión para el nacionalismo vasco no es ninguna novedad. La integración de nuestra comunidad en Euskadi como paso esencial para la construcción de su ansiada y ficticia Euskal Herria ha sido desde el siglo XIX una constante en los postulados abertzales. Bien es cierto que ha sido una obsesión no compartida por la ciudadanía navarra, que siempre, comicio tras comicio, ha manifestado su voluntad inequívoca de permanecer como una comunidad foral diferenciada, con identidad propia pero integrada con el resto de españoles.

Sin embargo, pese a que este sentimiento navarrista resulta mayoritario, lo cierto es que el desgaste político de los partidos que lo representan unido al auge de una oposición capitaneada por los grupos nacionalistas, puede provocar un cambio electoral. En las pasadas elecciones forales la suma de los partidos navarristas (Unión del Pueblo Navarro, Partido Popular y Partido Socialista de Navarra) cosecharon 185.000 votos, frente a los 110.000 que lograron los partidos nacionalistas (Bildu, Nafarroa Bai e Izquierda Unida). Cuatro años después, parece complicado que los partidos navarristas puedan revalidar dicho resultado, si tenemos en cuenta que UPN sufre un fuerte deterioro entre su electorado tras muchos años de gobierno y que el PSN continúa con su descenso imparable, a rebufo de su descalabro nacional. En este escenario debemos añadir la irrupción de Podemos, que en Navarra se presenta dispuesta a todo con tal de echar del poder al centro derecha, y por todo se entiende un pacto con Bildu al que públicamente hacen guiños constantes. No en vano, hay voces que advirtieron de una afiliación masiva de batasunos en las filas de Podemos para propiciar la elección de un candidato afín, como así ocurrió finalmente: de los tres candidatos a la secretaría general obtuvo la victoria la más proclive al pacto con Bildu, que logró imponerse incluso al candidato oficial apoyado por Pablo Iglesias. De este modo, si alguien albergaba la menor esperanza de que Podemos no apoyaría un pacto con los abertzales para no perjudicar su marca nacional, puede dar ya por disipada cualquier duda. Así las cosas, al resultado electoral que pueda cosechar el nacionalismo vasco (cuyo voto se mantiene más o menos invariable) debemos añadir también el que pueda obtener Podemos Navarra, cuya predicción a fecha de hoy resulta imposible. El discurso articulado por la oposición nacionalista habla de «cambio de régimen político», de un «sistema nuevo», de «recuperar la capacidad de decisión de los navarros» (como si la hubiéramos perdido alguna vez), aunque no concretan exactamente en qué se traduce todo esto. Pero lo fundamental es impregnar en el sentir popular la idea de que todo lo hecho está mal, que la Navarra que hemos forjado entre todos durante décadas hay que lanzarla por la borda y debemos hacer algo distinto, a ser posible algo más abertzale.

Un planteamiento y una visión de la realidad, sencillamente, inaceptables. Hemos construido en casi cuarenta años de democracia una Navarra de la que podemos sentirnos orgullosos, una sociedad libre basada en el respeto a nuestra diversidad; que ha sabido combinar la defensa de su autonomía con la solidaridad hacia el resto de españoles; una Navarra que supo enfrentarse con valentía a los terroristas de ETA a costa de cuarenta héroes asesinados; y una Navarra que en el plano económico ha logrado conformar una comunidad próspera y moderna con altos niveles de bienestar. Es evidente que, pese a la innegable mejora de la situación, seguimos sufriendo, como el resto del país, los embates de una grave crisis económica ya demasiado larga, que ha sembrado el descontento y la frustración en miles de navarros. También aquí, como en otros lugares, hemos tenido que soportar comportamientos de algunos dirigentes políticos que resultaron inaceptables y bochornosos, y que colocaron a Navarra en la palestra informativa no por nuestros logros sino, por ejemplo, por su enriquecimiento a costa de nuestra Caja de Ahorros. También tuvimos que soportar proyectos faraónicos que nunca debimos haber emprendido y cuyo coste tardaremos años en pagar; o presenciamos atónitos la desaparición de nuestra histórica Caja de Ahorros de Navarra que, bajo la supervisión de nuestros gobernantes, pasó de ser una institución de referencia a su completa extinción.

Conductas no precisamente ejemplares que, como es natural, han originado un sentimiento de descontento y enfado de la ciudadanía hacia nuestros dirigentes forales. Pero ante este escenario es vital que los ciudadanos reflexionemos y pongamos en valor lo bueno que entre todos hemos construido, teniendo claro que la solución a nuestros problemas no vendrá de la mano de la extrema izquierda y de los batasunos de Bildu, sino del propio centro político que, con todos sus defectos, ha sido el artífice de la prosperidad y bienestar alcanzados por nuestra democracia.

Las elecciones de mayo son cruciales para el futuro de Navarra. La posibilidad de tener por vez primera en nuestra Historia un Gobierno promovido por partidos nacionalistas, partidos que no respetan la identidad de Navarra, que no creen en nuestro carácter diferenciado, que no aceptan la cohesión y solidaridad con la que siempre se ha hermanado este pueblo con el resto de España, que quieren acabar con lo que somos y hemos sido durante siglos para convertirnos en una simple provincia dentro de otra comunidad autónoma, resulta alarmante para buena parte de nosotros. De ahí la importancia de estos comicios. Desgraciadamente, en Navarra no nos jugamos la reválida de un gobierno o un ayuntamiento como ocurre en otras comunidades, sino algo mucho más importante, como es nuestra propia identidad como pueblo. Pero no debemos olvidar que si termina imponiéndose un gobierno nacionalista no será por el triunfo de sus postulados en nuestra sociedad, sino por el fracaso de los partidos navarristas en movilizar e ilusionar a sus votantes. De ahí que resulte vital, y así lo entendemos buena parte de la ciudadanía, que estos partidos sean capaces de reinventarse, de propiciar un cambio en la forma de hacer política que encumbre la honradez y la decencia como valores intocables, de demostrar que el centro político es capaz de regenerarse y de ofrecer proyectos ilusionantes a sus votantes. De su éxito dependerá no sólo su futuro, sino el de todo un pueblo.