Ángela Vallvey

Navidad

La Razón
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Hay quienes sienten gran susceptibilidad hacia la Navidad. No la soportan. Por ejemplo, mi amiga Yoana, que lleva dos fines de semana seguidos saliendo al campo a ver si consigue un árbol navideño, pero siempre vuelve de vacío porque asegura que todavía no ha encontrado ninguno adornado con bolitas y espumillón. Dice que, seguramente, los catetos de mi estilo se han llevado todos los árboles buenos dado que estamos preparados por la evolución para salir al monte sin tacones de aguja. Cree que el campo empieza en Argüelles. La Policía no le ha permitido llevarse un árbol de hierro del Ayuntamiento. Culpa a la Navidad incluso de que no haya rebajas de verano. Muchos como Yoana padecen los síntomas de una grave inmunodeficiencia navideña: sienten aversión a la Navidad. No entiendo tanta tirria. Atribuyen a la Navidad el caos circulatorio y la existencia de los Reyes Magos. Yo, sin embargo, espero ilusionada que los Reyes Magos lleguen con regalos, con dones, con preservativos, con lo que sea... A camello regalado, no le miro nunca la joroba. La Navidad se me antoja la mejor época del año. Incluso de este 2015 cuyas temperaturas medias están permitiendo guisar pollos a la brasa en diciembre con sólo depositarlos sobre la tumbona de la terraza y rociarlos con algo de sal, o de bronceador en espray.

Aunque es cierto que también recuerdo las peores navidades de mi vida: yo tenía seis años y mi primo Jerónimo, que me sacaba cuatro meses y a quien yo creía una autoridad en todas las cosas de la vida, me dijo que el niño Jesús, que acababa de nacer, moriría pocos meses después, sobre Marzo, de un resfriado. A mi primo no le agradaba la Navidad. Ahora, de mayor, me recuerda al protestante Santa Claus: apenas si trabaja un día al año.

Me gusta todo de la Navidad. Las luces de colores, el belén fabricado con chapas de cerveza de mi simpática vecina, los divertidos incendios del alumbrado doméstico, los buenos deseos falsos, los saludos de conocidos que antes se escaldarían la mano en agua hirviendo que saludarte el resto del año, los regalos que no incluyen baterías, las comilonas familiares, los dulces tópicos (o típicos), los villancicos desafinados, la ilusión en los ojos de los niños, que la Gran Vía parezca un apocalipsis zombi... Para mí, la Navidad pasa el control de calidad de mis mejores sueños de infancia.