Julián Redondo
Negocios turbios
Transparencia es el gesto de Florentino cuando fichó a Figo. La cláusula de rescisión es diáfana. Repitió la jugada con la incorporación de Zidane. Desmenuzó frente a la Prensa la operación sin omitir siquiera la comisión de los intermediarios: tantísimos millones el fichaje, tantos los intereses y tanta la millonada de los comisionistas. La excepción no se convirtió en regla: la opacidad domina la mayoría de los negocios del fútbol. Fue necesaria la intervención del juez para que el Barcelona acreditara lo que había costado Neymar. Por cierto, el padre de la criatura declara hoy en la Audiencia Nacional. No hay que descartar que aporte algún dato que ayude a aclarar el arcano, y tampoco lo contrario, o sea, que lo enmarañe todavía más.
Los tejemanejes balompédicos no son privativos de los clubes; cuando el ejemplo del superior es deplorable, que los que juegan en la base no se contagien de las componendas es imposible. A vueltas ahora con el Mundial de Qatar, previsto para 2022, los trapos sucios aparecen en los periódicos con cuentagotas, mientras la FIFA ha decidido guardar en un cajón el «Informe García», donde supuestamente han quedado probadas las corruptelas de algunos directivos de Blatter. Al Mundial de 2022 optaba Inglaterra; al de 2018, España. Tres días antes de que la FIFA eligiera a Qatar y a Rusia, al tiempo y respectivamente, Ángel María Villar tuvo noticias del chasco que se iban a llevar ingleses y españoles. El «pescao» estaba vendido, o comprado. Los rublos y los petrodólares, que hoy vienen a ser lo mismo, enterraron de súbito lo que parecía más lógico y lícito. Desde entonces, el verano de Qatar ronda los 50 grados. No se prevé un cambio climático para 2020.
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