César Vidal

No echemos cohetes

La Razón
La RazónLa Razón

El reciente triunfo electoral de Macri en Argentina y la todavía más cercana victoria de la oposición al chavismo en Venezuela han provocado explicables oleadas de euforia entre los que aman la libertad. Es comprensible que así sea porque se trata de dos golpes de consideración al denominado «socialismo del siglo XXI», una mezcla de fascismo mussoliniano y de castrismo revenido que trasmina a rancio y causa la miseria de los pueblos sobre los que cae. Para los optimistas, se habría iniciado un proceso imparable que se irá llevando por delante en breve plazo a Ortega en Nicaragua, a Correa en Ecuador y a Morales en Bolivia. Incluso algunos estarían dispuestos a apuntarse los sudores que sufre en Brasil Dilma Roussef a la que, en puridad, no puede incluirse en este grupo siquiera porque representa una izquierda bastante más sensata que la ya citada e incluso la española. Lamento no ser tan optimista. La presidencia de Macri no va a ser fácil porque tendrá que suprimir subvenciones que afectan a millones de argentinos; en Venezuela, la oposición se enfrentará con una resistencia encarnizada a la hora de intentar deponer a Maduro y Ortega –que sufre desde hace semanas una fiebre legisladora verdaderamente liberticida– es difícil que sea desalojado del poder en las próximas elecciones de enero. Es cierto que Correa no atraviesa sus mejores momentos, pero Evo Morales está bien afianzado en la presidencia, en parte, porque el cultivo de la coca y la regulación minera le proporcionan recursos muy elevados y, en parte, porque ha ido creando un sistema clientelar que, en una sociedad carente de clases medias por la torpeza de los que lo precedieron, proporciona enormes réditos electorales. Las elecciones no son limpias en Bolivia, pero incluso aunque lo fueran es posible que Morales las ganara. Para colmo, los hermanos Castro han logrado en apenas unos meses una cadena de victorias políticas que resultaban impensables hace sólo un año. En otras palabras: no deberíamos dejarnos llevar por el optimismo al contemplar el panorama de la libertad en Hispanoamérica. Que se han dado pasos relevantes es innegable. Que las perspectivas de futuro son mucho mejores que hace unos meses nadie puede negarlo. Sin embargo, queda mucho trabajo por hacer. La unión de las fuerzas opositoras –como en Venezuela– y la articulación de un mensaje esperanzador –como en Argentina– muestran cómo alcanzar la meta de liberar a millones de hispanoamericanos de regímenes de conducta y resultados sobrecogedores. Pero, de momento, no echemos cohetes.