Pedro Narváez

No era una magdalena

La Razón
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En los manuscritos de preparación de «En busca del tiempo perdido» se revela que Proust antes que en la magdalena más célebre de la historia de la Literatura pensó en una tostada para realizar ese viaje emocional al pasado. La memoria es un fortín subjetivo en el que la misma vivencia se torna en sonrisa o en lágrima según los años la vayan pintando. Hay quien vive en aquella nube, no en la de ahora, ese artilugio tecnológico, engañados toda su vida. Donde recordaban una magdalena había un chocolate con churros. Al cabo los recuerdos se los fabrica uno para perdonarse o para el flagelo íntimo. La memoria es un látigo que nos empuja hacia la muerte, ese momento en el que, ya les contaré como enviado especial, se amontonan las magdalenas y no quedan dientes para morderla. García Márquez se despidió antes de perder la cabeza con las memorias de sus putas tristes, un libro que algún día no muy lejano estará prohibido oliendo por dónde va el veto a los lupanares. La hazaña sexual le hacía creer que estaba vivo cuando ya las meretrices le preparaban la mortaja. Descansen en paz todos los recuerdos y los intentos por crear un pasado a medida como argumenta el Supremo para no darnos el definitivo derecho al olvido en el orbe digital, esa otra magdalena de la que no nos dejan desprendernos. ¿Acaso no es lícito cambiar el gusto por un sobao pasiego? Ya viviremos toda la eternidad con aquella corbata en la cabeza en la que salimos en Google.

España, que crece inventando leyendas a cada rato, ha cambiado la magdalena por la empanada mental de manera que es la emoción la que mueve el tiovivo de la feria de la nostalgia en la que ya no se sabe si a uno le toca el papel de la bruja del tren o la del hombre sin cabeza. Todos hablan de un pasado glorioso, épico, proletario o medio pensionista, empachados de magdalenas que luego fueron tostadas de realidad como las que desayuna Pablo Iglesias, ese hombre que ya es regreso al futuro, puro VHS, frente al HD de Albert Rivera, ambos envasados al vacío y con más baches en su discurso que las legítimas tortas de Inés Rosales. En el debate les faltó la magdalena junto al vaso de café con leche, algo para mojar la inconsistencia. Una magdalena de Suárez y otra de Carrillo a ver si aprendían que una cosa es la buena repostería y otra el pasteleo. Pero para falsa magdalena la de Pedro Sánchez. Se le olvidó que en una entrevista confesó que en su primer trabajo cobró parte en negro. Para eso están las hemerotecas y las moscas cojoneras que las custodian. El lunes Patxi López criticaba a Rivera e Iglesias porque, sincerados ante Évole, dijeron que, como la mayoría de los españoles, habían pagado alguna vez en negro. Patxi tiene que ponerse a dieta de magdalenas o la tostada, como es el caso, se le caerá por el lado de la mantequilla.