Alfonso Merlos
No olvidamos
No se puede olvidar lo inolvidable. Ni perdonar lo imperdonable. Es así. La morralla, la chusma, la gentuza que se ha entregado a colaborar con el asesinato y la amenaza y el chantaje debe, simplemente, recibir su merecido en los tribunales. Y en eso estamos. Tardísimo. Pero con el ánimo de que los palanganeros y los bastardos que han colaborado con ETA tengan el merecido del Estado de Derecho. Es un ejercicio directísimo y facilísimo. ¿O no? Algo tan básico como impartir moral: para los buenos, lo mejor; para los malos, lo peor. No hemos llegado hasta aquí para arrodillarnos, para capitular, para huir, para meternos tras una piedra que nos libre del fuego de esta banda de sanguijuelas. No. Estamos para dar la batalla, para que los jueces y fiscales hagan su trabajo, para prevalecer, para derrotar el Mal, para extirpar a los mal nacidos que se obstinan en envenenar la convivencia sana entre españoles.
Es difícil imaginar lo peor de lo peor de lo peor. Pero, si alguien hace un ejercicio intenso, obstinado, quizá no pudiese pensar en algo de naturaleza distinta a la que han representado un puñado de despojos. Son la hez. Pueden lucir o no uniforme. Pueden haber estado o no en el norte de España. Han estado, en definitiva, con los que matan; y no con los que han caído. El Faisán es lo que muchos patriotas siempre pensamos que sería. La prueba del algodón de que España puede ser empujada hasta su salvación; o la de que, al contrario, puede ser arrastrada por mediocres e imbéciles por la rampa de su decadencia. En la tranquilidad, ayudaremos unos. En el suicidio, desbarrarán los otros. ¿Dónde están ustedes?
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