Alfredo Semprún

«No queremos al islam. Haremos correr ríos de sangre»

El reportero de «Le Monde» Cyril Bensimon relata los hechos a la antigua; sin adjetivar. Está en República Centroafricana y acompaña a una patrulla del Ejército francés. Llegan a un barrio donde un grupo de cristianos, están destruyendo metódicamente una mezquita. Las paredes caen a golpes de maza, pero se llevan todos los materiales útiles: las cubiertas de metal, los marcos de puertas y ventanas, los picaportes... Las páginas arrancadas de los libros piadosos vuelan al viento. La media luna de hierro que coronaba el edificio se exhibe como trofeo. No es una turbamulta presa de la furia. Se trata de gente bien organizada. Tienen, incluso, un portavoz, con un discurso que anticipa nuevos horrores: «No necesitamos a los musulmanes. Son la cultura del odio. No queremos al islam en este país. Haremos correr ríos de sangre». No hay cifras fiables del número de muertos de los últimos días. Los dos hospitales de Médicos Sin Fronteras han recibido unos 80 heridos, cristianos y musulmanes. Muchos son de bala, pero todo indica que el machete sigue a pleno rendimiento. Las tropas de Chad, desplegadas en el contingente de la ONU, son la última línea de defensa de la comunidad musulmana. Y sufren muchas bajas. Los cristianos les odian. No en vano, las bandas de bandoleros chadianos y sudaneses cayeron sobre el país como la langosta tras la victoria de los guerrilleros islamistas del Seleka. Su líder, el aún presidente Djtodia, depende de la buena voluntad de Francia. Pero la posición de París no está nada clara. Los militares galos no parecen muy inclinados a desarmar a las milicias cristianas. Hay continuos roces con sus aliados chadianos, que caen víctimas de las emboscadas. Como siempre, la intervención gala se queda a medias. Es muy difícil intuir propósitos y objetivos. Parece como si el fantasma de Libia condicionara la estrategia de François Hollande. Y eso que estaba advertido –se lo explicó, entre otros, Michèle Alliot-Marie, ministra de Defensa con Sarkozy– de que la intervención en República Centroafricana iba a requerir la voluntad política de permanencia a largo plazo. Es decir, muchos más soldados y equipos de los anunciados, justo en un momento en que los presupuestos militares contemplan una reducción drástica. Además, la operación en Mali se está alargando más de lo previsto y no va, precisamente, a mejor. Al Qaeda en el Magreb ha conseguido rehacerse y son capaces de coordinar ataques en el norte. Hollande ha pedido ayuda a sus aliados europeos, a quienes no les entusiasma la idea de meterse en un avispero en el que no hay nada que ganar. España, por ejemplo, aportará un avión de transporte para dar apoyo logístico a los franceses, como ya está haciendo en Mali, pero es dudoso que despliegue tropas sobre el terreno. Y, sin embargo, no parece que haya otra salida que actuar hasta las últimas consecuencias. Una retirada prematura de Francia no hará mas que exacerbar la dinámica de la venganza entre cristianos y musulmanes. Que, por otra parte, es el fondo de la gran batalla que se está librando por toda África.