César Vidal

No somos bostonianos

Apenas unas horas después de tener lugar los atentados de Boston dediqué el editorial de mi programa radiofónico a la tragedia. Concluía entonces que todos éramos bostonianos. La fórmula podía no ser muy original, pero quería simbolizar el respaldo a las personas que habían sufrido el zarpazo de una estrategia tan miserable y cobarde como la de los terroristas. Al cabo de unos días, he de reconocer con profundo pesar que en España al menos, esa afirmación no se corresponde con la realidad. Los bostonianos –como, en general, todos los ciudadanos norteamericanos– no han presentado fisura alguna en su lucha contra los terroristas. El presidente, un miembro del partido demócrata, condenó los atentados asegurando que el castigo resultaría ineludible para los culpables sin que la oposición republicana saliera a la calle para injuriarle y culparle de los crímenes o procediera a cercar las sedes demócratas al grito de «¡Asesinos!». Los miembros del legislativo sin excepción alguna condenaron los hechos y respaldaron el cumplimiento riguroso de la legalidad. Por supuesto, no hubo un solo clérigo de religión alguna que expresara comprensión hacia los asesinos o que intercediera por ellos. Ninguna fuerza política, por minoritaria que fuera, expresó la menor identificación siquiera con los objetivos de los asesinos. Menos aún ha habido partidos que hayan aprovechado la sangre inocente para forzar al Gobierno a entregarles concesiones y dinero. Nadie, absolutamente nadie, ha intentado desdorar la acción policial por más que los agentes de la ley hayan sido expeditivos con los terroristas. Por lo que se refiere a éstos –que no han dudado en derramar sangre inocente para avanzar sus objetivos– saben que, de ser detenidos con vida, nunca contarán con medidas de gracia especiales, jamás podrán ocupar un cargo público en el Congreso, en el Senado o en una alcaldía y tampoco serán trasladados a una prisión que resulte más cómoda para ellos o cercana para sus familias. A decir verdad, los parientes se han apresurado a marcar distancia con seres que pueden tener un apellido común, pero no la misma moral. No es precisamente esta conducta la que hemos visto, durante décadas, en España cuando nos referimos a los terroristas. Precisamente por circunstancias como ésa no debería sorprendernos tanto la crisis profunda que sufrimos. Aparte de otros muchos factores que no voy a negar, resulta innegable que un sistema donde sale gratis –o incluso rentable– legitimar, comprender, respaldar o cerrar los ojos ante el terrorismo está condenado. ¿Bostonianos, dije? No. Desgraciadamente no somos bostonianos.