Lucas Haurie
No todo es islamofobia
Corremos el riesgo de convertir en un comodín vacuo la palabra «islamofobia», término que debiera encuadrarse en la familia semántica de «odio». Todas las exclusiones grupales resultan execrables, en tanto que son una sofisticación del mero racismo, pero conviene ser cuidadoso con su agitación excesiva, no fuera a ser que caigamos en la pavada: una conocida (conocida por quien esto firma) activista por los derechos de la mujer se dejó llevar tanto por el entusiasmo justiciero que denunció a un tabernero que ofrecía «aceitunas violadas» en su carta. Todavía se están riendo en el bar. Por ahí pulula una miríada de bobas tildando de «micromachismo» cualquier suceso de este tenor, lo que conduce inexorablemente a la frivolización de un problema la mar de serio. Ayer, en El Viso del Alcor (Sevilla), un sujeto acuchilló hasta la muerte a su inquilino y los medios de comunicación, con las agencias (¡!) a la cabeza, se han apresurado a destacar que el victimado era musulmán. ¡Islamofobia!, ha exclamado con (in) oportuna corrección política un ejército de biempensantes. En fin. Falta, para completar el cuadro, que algún sagaz reportero confirme la condición de cofrade insigne de alguna hermandad visueña del homicida y ya estará servido el hediondo plato de la equidistancia, ese engrudo para mentes débiles que con tanta delectación saborea nuestra progresía en momentos de turbación. La Junta estará encantada de celebrar un acto ecuménico en memoria de las víctimas de París y de Los Alcores, al término del cual dirigirá Daniel Barenboim (a cambio de unos módicos cinco millones de euros) la interpretación del himno de Blas Infante, ese venerado padre de la patria andaluza que profesó la fe mahometana.
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