Cástor Díaz Barrado

Nuestra política exterior

El ministro español de Asuntos Exteriores sabe bien cuáles son los objetivos de nuestra política exterior y conoce, con intensidad, los componentes que deben definirla. Tiene un discurso brillante y, sobre todo, razonable con la defensa de los intereses de España. García-Margallo dispone todavía, de algún tiempo, para hacer efectivas sus posiciones y para sentar las bases de lo que debe ser una política de Estado que perdure en el tiempo. Le queda, eso sí, mucha tarea por delante. Resulta urgente afrontar la reforma, en profundidad, del servicio exterior y cambiar muchos de los hábitos que restan eficacia a la presencia de España en el mundo. No basta con pedir a las comunidades autónomas que ajusten su acción exterior a la posición que mantiene España en política exterior. Se trata, en realidad, de garantizar una voz única y decidida en los asuntos internacionales. Los partidos políticos vascos y catalanes deben aceptar que la mejor manera de defender los intereses de todos es prescindir de aventuras nacionalistas en política exterior. Las denominadas «Embajadas» de las comunidades autónomas no son un medio idóneo para fortalecer la imagen de España y, más aún, el logro de las finalidades a que se aspira en política exterior. En Europa, nuestra posición ha de estar en línea con las posiciones francesas, nuestros mejores aliados, en permanente negociación con los alemanes y alejados del discurso británico. La vocación europeísta de España debe afianzarse y seguir defendiendo, con ahínco, cada vez más integración. No se debe descuidar el espacio latinoamericano y es insuficiente la supresión de visados para determinados países de Latinoamérica, aunque supone un avance decisivo en la defensa de nuestros propios intereses como españoles e iberoamericanos. García-Margallo debe hacerse con las riendas de la política educativa en su dimensión exterior. Un ministro de Exteriores es más que un ministro, es un primus inter pares, y, por lo tanto, debe «imponer» las líneas de actuación que permitan que los ciudadanos latinoamericanos realicen sus estudios en España en igualdad de condiciones con los españoles. No perdamos, de nuevo, otra oportunidad histórica. Nuestra política exterior reclama a gritos decisiones contundentes que ofrezcan una imagen sólida de España en la escena internacional. Es acertado el sesgo económico que ha adquirido en los últimos años pero falta, sin duda, la expresión de una voluntad robusta que demuestre que somos un único Estado que no duda en defender, sobre la base de los principios democráticos, nuestros intereses en las relaciones internacionales y que, con ello, los españoles se sientan orgullosos en el exterior.