Restringido

Nuevas caras

La Razón
La RazónLa Razón

Una de las causas que ha producido decepción de la política en los ciudadanos es su impotencia para afrontar los problemas más importantes que acompañan en el día a día la vida de las personas; impotencia para acabar con el paro, ante la crisis económica, o ante el aumento de las desigualdades que se han producido en los últimos años.

En la pugna entre la política y los grandes poderes económicos ha habido un derrotado claro, los ciudadanos, que han retirado su crédito de confianza en los partidos que representaban el sistema político.

En ese contexto surgieron Ciudadanos y, sobre todo, Podemos. Hay mucha gente que pensó que la irrupción con fuerza de los nuevos nombres suponía una manera de ganar el espacio de autonomía política que habían perdido. Sin embargo, basta una mirada al panorama político para ver que la alternativa a un sistema con importantes defectos e imperfecciones, no era precisamente la fragmentación del voto.

Después de tres meses desde que se han celebrado las elecciones generales vamos con velocidad de crucero a una nuevas elecciones. La política ha demostrado ahora su impotencia para siquiera formar un Gobierno. Los nuevos partidos se comportan mimetizando las peores actitudes de la política tradicional.

El último ejemplo clarificador lo está dando Podemos. En menos de dos años de vida, ya ha roto el número uno con su número dos. Algunas opiniones se han apresurado a afirmar que el señor Iglesias ha hecho «una buena operación política», afianzando su poder. Sin embargo, mi opinión, es que esto es una de las crisis más profundas que puede tener un partido político. El PSOE lo vivió a principios de los noventa, y sus secuelas aún se perciben en algunos territorios, con la salvedad de que el Partido Socialista afrontó la crisis interna en pleno estado adulto y con un potente sistema inmunológico. Podemos apenas acaba de nacer y, sin duda, sufrirá daños internos.

Llama la atención la distribución de roles de manera atípica, los tradicionales papeles del «bueno y el malo» vienen cambiados. Normalmente, el rol amable está reservado para el líder. y el papel más agresivo, tanto en la defensa como en el ataque, se otorga al segundo. Pero el señor Errejón ha emergido como la víctima y el señor Iglesias se ha vestido con el atuendo de persona autoritaria que maneja los resortes del poder con mano dura.

El Sr. Errejón no ha hecho declaraciones para «no dañar» la imagen del partido, aunque todo el mundo sabe a estas alturas que está en profundo desacuerdo con «el fondo y la forma» de la destitución de su hombre de confianza, en tanto que el comunicado oficial fue innecesariamente duro y el tono del señor Iglesias es más propio de un secretario de Organización que de un secretario general.

El líder podemita intentó zanjar la crisis con el nombramiento de un crítico y rodeándose de los líderes territoriales. Nuevo error, la propia fotografía no da fortaleza, sino que emite debilidad. Por primera vez, el señor Iglesias necesitó de las hoy tan denostadas baronías territoriales para afianzar su posición hegemónica.

Lo más grave es que todo esto ocurre mientras en España sigue sin haber gobierno. El PP ni está ni se le espera, el señor Mariano Rajoy ni ha movido un solo músculo para ser presidente, ni tampoco abre paso a su sucesión. El señor Albert Rivera ha batido el récord en sólo tres meses de hacer lo contrario a lo que se comprometió antes de las elecciones. Hay quien le intenta tranquilizar con encuestas increíbles, pero con buena lógica, la cúpula de Ciudadanos desconfía.

Podemos, enzarzado en sus peleas internas, y la dirección socialista desaprovechan el encuentro con el Sr. Alexis Tsipras para abordar el problema humanitario de los refugiados en Grecia, planteando al primer ministro griego algo que ha dejado perplejo al país entero.

Es casi seguro que habrá elecciones en tres meses. Dicen todos los expertos que el resultado electoral no será muy diferente del actual. Quizá, la única solución sean nuevas caras para salir del bache.