Julián Cabrera

Nuevo Parlamento y el Rey

La Razón
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A Juan Carlos I en la difícil primera etapa de su reinado le correspondió pilotar la titánica empresa de una transición política que se cerró en un círculo ejemplar y con posteriores fechas de referencia para la historia como fue la del 23-F. Hoy el camino tampoco está exento de curvas.

La coronación de Felipe VI y su consiguiente llegada a la jefatura del Estado han mostrado desde sus inicios un mayor acercamiento de la monarquía a la sociedad actual y, en consecuencia, un patente aumento de la valoración de la institución monárquica ante la opinión pública; sin embargo, en ningún papel estaba escrito que las cosas iban a ser fáciles en un momento como el que vivimos. Los desafíos al Estado que se perfilaban incluso desde antes del arranque de la actual legislatura no sólo se hacen hoy más evidentes, sino que parecen confluir en el alambique de las elecciones que nos aguardan dentro de trece días con destilado a partir del lunes 21, «día después».

El panorama a partir de esa fecha vaticina un bipartidismo renqueante muy distinto a lo vivido durante el reinado de Juan Carlos I. Ahora la mayor fragmentación parlamentaria añade un reto no exento de incertidumbres para el papel aglutinador de la Corona. De entrada –y en Portugal acabamos de observar una más que indicativa experiencia–, será la primera vez en la que Felipe VI deba encomendar al líder de un partido la formación de gobierno.

Esas incertidumbres que acechan a la más que necesaria estabilidad política tienen mucho que ver con la irrupción de nuevos actores, no precisamente irrelevantes, que, más allá de Podemos en fase de barnizado institucional, tienen reflejo en las llamadas mareas, en la CUP y en algunas franquicias del partido de Iglesias. Tal vez por ello la irrupción de Ciudadanos como formación que parece llegar para quedarse arroje una porción de confianza hacia quienes podrían ocupar en un futuro el espacio de los institucionalmente fiables dos grandes partidos tradicionales. La recepción de la pasada Fiesta Nacional, donde Rivera se movía como si llevara años gastando zapatos sobre las alfombras de la real fábrica de tapices, resultó especialmente indicativa.

Lo que arrancará desde la mañana del lunes 21 en clave de posicionamientos políticos y de inevitables negociaciones sobre el nuevo tapete parlamentario y la búsqueda de un ejecutivo estable servirá para corroborar la cintura de la Corona, cuya solidez más que contrastada se encuentra en uno de sus mejores momentos y en un país en el que, no lo olvidemos, la actividad de Estado del Monarca empezando por su agenda exterior pasa por la supervisión y la directa coordinación con el Gobierno de turno.

Con ese elenco de ingredientes en la coctelera –de ahí la transcendencia de lo que ocurra, se haga y se diga en los próximos días–, cada frase y hasta cada término del mensaje navideño a los españoles a cargo del Rey adquieren una especial relevancia, ya saben, sólo cuatro días después de que el domingo 20 de diciembre los españoles dicten sentencia en las urnas.