Cristina López Schlichting

Nuevos acueductos

Seísmos de más de cuatro grados, temor a un maremoto (los horteras lo llaman ahora «tsunami») y quejas de los pescadores, que aseguran que las capturas de langostino y dorada han disminuido. Es muy tentador condenar el almacén submarino Castor, en Castellón, pero me niego. El hombre siempre ha practicado el «plus ultra», el avance. Lo ha hecho y hace cuando corona un ocho mil, viaja al espacio o construye una obra de ingeniería. Gestas que plantean desafíos y dan miedo, pero que encarnan el noble deseo de superar obstáculos y solucionar problemas. Mil trescientos millones de euros se han invertido frente a la costa de Vinaroz para inyectar gas en el lecho marino y aprovechar los espacios vacíos del antiguo yacimiento de petróleo de Amposta, hoy agotado. La idea es meter y sacar el fluido y usar esas «cuevas» para garantizar a España una autonomía gasística de 50 días. El esfuerzo ha requerido la construcción de una plataforma marina y de los conductos hasta tierra. Evidentemente, hay negocio detrás. No me pregunten cuánto, pero la empresa es un esfuerzo de quince bancos, cinco de ellos españoles. Aún así me niego a demonizarla. La energía es crucial: salva vidas en los quirófanos, permite fabricar muchas cosas buenas, garantiza calor y luz. Llevarla y traerla exige imaginación. No dudo de que Soria haya hecho bien paralizando el proyecto Castor, pero estoy segura de que el primer acueducto, la primera cúpula y la primera vía romana también tuvieron sus detractores. Valoremos con calma el impacto ambiental y pensemos alternativas. Pero no condenemos el esfuerzo por prosperar.