César Vidal

Nunca fuimos iguales

Recuerdo con dolorosa exactitud cómo viví no sólo el 11-M sino los días siguientes hasta culminar en las votaciones que llevaron a ZP a La Moncloa. Lo he contado en distintas ocasiones y no voy a incidir nuevamente en ello. No puedo evitar, sin embargo, tener la sensación, que se ha afianzado con el paso de los años, de que casi todo cambió tras aquellos atentados. No se trata sólo de que sigamos sin saber quiénes fueron los culpables intelectuales – algunos hasta tenemos dudas profundísimas sobre los materiales – y que, por lo tanto, no se haya hecho justicia. Me refiero a impactos que fueron más allá de las víctimas y sus familias y afectaron y afectan a la nación. El PP quedó noqueado y Rajoy, en lugar de convertirse en presidente de Gobierno que continuara la labor de Aznar, llegó al poder dos mandatos después cuando España estaba institucionalmente descoyuntada y económicamente en una bancarrota no por sostenida menos real. El PSOE entró en una senda de delirio marcada por el hecho de que cualquier incompetente podía llegar a ministro, de que el poder era accesible sólo con rendirse a los dictados de los nacionalismos catalán y vasco y de que ninguna de las dos circunstancias anteriores era importante si se voceaban consignas demagógicas aunque entre ellas se encontrara la de reabrir heridas. El nacionalismo catalán alcanzó su meta de liquidar totalmente los frenos constitucionales que pudiera haber frente a sus ambiciones y de convertir al resto de España en una colonia, pero, de repente, en su éxito contempló que sus bases le exigían llevarlas a la Tierra prometida de la independencia. Finalmente, el nacionalismo vasco –con ETA a la cabeza– supo que, a medio plazo, el terrorismo no sería castigado y que Navarra resultaría anexionada. En paralelo, España perdió un papel internacional que no había tenido desde el siglo XVIII y que nadie sabe si volverá a recuperar y la economía se colapsó porque el populismo de ZP y las exigencias del nacionalismo catalán –más del treinta por ciento del déficit total de 17 CCAA – no hay presupuesto que los soporte. Soñábamos –Aznar me lo dijo personalmente en una ocasión– con entrar en el G-10 y nos acabaron prestando media silla en una conferencia mucho menos elitista. El sueño se hizo humo, como doscientas vidas, aquella mañana trágica del 11-M. Después, por mucho que algunos labraran fortunas, obtuvieran prebendas o multiplicaran privilegios, nada fue igual. A decir verdad, nunca fuimos iguales después del 11-M.