Manuel Coma

Obama busca contener a China con su alianza con Abe

Tras bastante tira y afloja, por fin las cosas han madurado a ambos lados del Pacífico y, casi dos años y medio después de haber sido elegido (XII-2012), el líder de la tercera potencia económica del mundo, quizás primer acreedor de Estados Unidos y su principal aliado en Asia, visita Washington y, para subrayar la importancia, por primera vez un japonés se dirige al solemne plenario del Congreso, en sesión conjunta de ambas cámaras. La cosa no es para menos. El clima asiático no ha dejado de calentarse desde que China abandonó la política de no asustar a sus vecinos y al mundo y se volvió cada vez más descaradamente afirmativa, tratando de convertir sus mares adyacentes en prácticamente aguas territoriales a todos los efectos, porque sí, porque es más fuerte que todos ellos y porque, de una forma u otra, en sus periodos históricos de esplendor, los ha tenido más o menos como vasallos. Por esas aguas circula cerca de dos tercios del comercio mundial y Pekín ya va por el segundo aeropuerto construido en el medio del mar, sobre bajíos y rocas superficiales.

Al mismo tiempo, con toda la legitimidad del mundo, pero alterando los equilibrios existentes, expande aceleradamente su presencia económica y diplomática por África y América Latina y, lo que es más inquietante, invierte en sus Fuerzas Armadas, año tras año, un par de puntos porcentuales de su PIB por encima del espectacular crecimiento del mismo. Esa prepotencia en ascenso y su constante denuncia del orden internacional existente, el salido de la Segunda Guerra Mundial, reafirmado tras la Guerra Fría, ha conseguido lo que durante años Pekín había tratado de evitar: poner a la defensiva a muchos de sus vecinos y hacer que dirijan sus miradas hacia Washington. Obama había querido que su legado en política exterior fuese el «reinicio» con Rusia y el «giro hacia el Pacífico». El primero, con Ucrania, ha terminado como el rosario de la aurora. En cuanto al segundo, Oriente Medio no ha consentido que América pudiera permitirse desviar su atención más hacia el este, mientras que los recortes en los presupuestos militares han dejado vacío el vital componente defensivo del «giro».

En esas condiciones, Japón se vuelve más decisivo que nunca. Después de sus dos «décadas perdidas», en las que su enorme potencial económico se ha atascado en crecimientos anuales del 1%, con una población muy envejecida y una fuerza de trabajo en franco retroceso, no compensada por emigrantes que la cultura japonesa no admite, el renacimiento que Abe está tratando de promover, tras una serie de primeros ministros anodinos, es cuestión del máximo interés en Washington. No es que el país del sol naciente sea un mero peón de América. Su bienestar, su seguridad, su papel en Asia y en el mundo están en juego. En materias estratégicas, Estados Unidos apoya decididamente que su aliado se desembarace de las ataduras constitucionales con que los vencedores de la guerra habían amarrado a sus tenaces enemigos. Mediante uno de esos malabarismos jurídicos por los que un Tribunal Supremo lee de repente Diego donde siempre había dicho digo, las fuerzas de «autodefensa» de Japón podrán en adelante «autodefender» a su amigos asiáticos, los que se resisten a la supremacía en vías hegemónicas de China y son también aliados de Estados Unidos.