César Vidal

Obamacare

La Razón
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Hay que haber vivido en Estados Unidos los últimos años para conocer las pasiones que despierta la sola mención del Obamacare. Para los demócratas, constituye un epítome de la visión social y uno de los máximos logros de la presidencia. Para los republicanos, es un desastre liberticida sin paliativos y una fuente de gastos disparatados. Ambas visiones rezuman demagogia e incluso hipocresía. De entrada, el Obamacare es, sustancialmente, el programa de sanidad que George W. Bush quiso impulsar en un segundo mandato y que naufragó por dos guerras inconclusas y una crisis económica. Fundamentalmente, se trata de no tocar el oligopolio sanitario y farmacéutico y cargar los gastos sobre el presupuesto, evitando la creación de un sistema público decente como en Francia o Canadá. Si Bush hubiera presentado su plan, no pocos republicanos lo habrían respaldado. Viniendo de Obama, era un fruto del Arverno. Por otro lado, es cierto – no pocos demócratas lo reconocen fuera de micrófono– que la presentación del Obamacare fue una chapuza y que cuesta un dineral precisamente porque pretende conservar los privilegios de la industria médica y, a la vez, extender la cobertura sanitaria al conjunto de los habitantes de Estados Unidos. El tema de la obligatoriedad también es materia sensible para millones de norteamericanos, pero no nos engañemos. Resulta ridículo aullar contra la obligatoriedad de un seguro médico y aceptar sin rechistar el seguro obligatorio del automóvil a menos que se considere que un vehículo es más importante que la salud y la vida de un ser humano. En realidad, para muchos pesa más el deseo de no tener que pagar un seguro pensando que no lo necesitan y que, llegado el caso, si no lo tienen, el hospital acabará asumiendo los gastos al menos de los que tienen menos ingresos. Esta combinación ha terminado llevando a un callejón sin salida. Por un lado, los demócratas se empeñan en no reformar un más que defectuoso Obamacare como si fuera el Evangelio y, por otro, los republicanos sienten el vértigo ante las consecuencias de quitar la cobertura médica a más de veinte millones de personas. El resultado es que nadie va a apoyar a Trump en su plan de liquidación del Obamacare sin sustituirlo por algo medianamente presentable y la idea de que todo reviente es meramente un disparate. Al final, como siempre, el sistema médico es el que se embolsará el dinero.