Pilar Ferrer

Ofensa disfrazada

Más allá de los tópicos, evocaciones y tratados históricos que rodean el eterno asunto de Gibraltar, lo cierto es que las autoridades del Peñón siempre han querido incordiar, lo que se dice en lenguaje coloquial «tocar las narices», a España. Recuérdese a ese Peter Caruana, entonces primer ministro de la Roca, erguido como un roble ante Miguel Ángel Moratinos, a la sazón jefe de la diplomacia española con José Luis Rodríguez Zapatero. Una bajada de pantalones en toda regla, fraguada en un Foro Tripartito de diálogo, que concedía a la colonia británica un estatus negociador impensable. Tuvo que llegar el ministro de Exteriores actual, José Manuel García Margallo, hombre avezado en Europa, políglota e instruido, para zanjar la broma ante el único territorio colonial existente en Europa: aquí, se acabo la fiesta y, de paso, el engaño.

Porque tras ese discurso patrioteril, demagógico, de Fabian Picardo, un social capitalista de primera, se esconden sombras alargadas de tráfico ilícito de tabaco, blanqueo de dinero y lagunas fiscales. Todo un entramado que rodea sospechas de dinero sucio, ante las que Reino Unido mira para otro lado, por una razón evidente: Gibraltar es una base estratégica para las islas británicas, aisladas del continente, su mejor puente de paso hacia el norte de África y, sobre todo, hacia el Mediterráneo. Todos los expertos coinciden en ello, en que estamos ante una ofensa camuflada, mientras el Gobierno británico ignora el entramado de comercio ilegal y el «premier» David Cameron, con diplomacia calculada, expone a Mariano Rajoy su preocupación. Alguien se pregunta por qué el Gobierno de Su Majestad desoye las resoluciones de la ONU al respecto. Economía y negocios, en pura regla. Lo ha dicho muy bien el alcalde de Algeciras, José Ignacio Landaluce, un edil extraordinariamente educado, a quien sólo por ser del PP ya se le fustiga.

Ésta es la otra cara del problema. ¿Cómo es posible, se pregunta el alcalde algecireño, que tenga que oír tantos desatinos? Pues sí. Hete aquí a la izquierda andaluza defendiendo a los ingleses en contra de los intereses de España. Nada que ver con los laboristas de ese país. Su nación, ante todo. Por tierras gaditanas se conoce al líder gibraltareño como «El Picardías», por aquello de que ni duerme, ni deja dormir. Más valdría que ante una farsa política de tal calibre, el PSOE y la izquierda estuvieran a la altura. Al menos, por una vez.