María José Navarro

Onírico

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Ayer dormí inquieta, que es algo que me ocurre cuando ceno queso fundido o el Atleti se clasifica para una final; vamos, que últimamente me pasa con frecuencia. Cuando estoy inquieta sueño cosas raras. Una vez soñé que a Berlusconi se le saltaban todos los puntos de la cirugía a la vez, perdía de golpe el implante capilar y el brillo ese de los dientes al estilo del encantador de perros que tanto le caracteriza. El resultado era una mezcla entre Montoro y Vincent Schiavelli, ese actor tan feo que hacía de fantasma en Ghost, y cantaba «l´ingobernabilitá», una serenata siciliana, con un pañuelo rojo en la cabeza subido a la mesa de la cocina. Me desperté asustada, bebí agua y ya no pude dormir. Otra vez soñé que venía a mi casa un cobrador del frac diminuto como un gnomo que quería cobrar una deuda insignificante. El cobrador diminuto era amable y sensible y odiaba su trabajo; al final le invitamos a merendar, le dimos cereales con leche y vimos «Ratatuille» con él en el sofá. Me levanté sorprendida, bebí agua y me costó un rato dormir. Ayer soñé que era delantera centro y acompañaba a Diego Costa en el ataque. El rival encargado de mi marcaje llevaba botas de esquí y era Bárcenas. Bárcenas no decía nada, pero abría mucho los ojos al mirarme y sonreía de medio lado señalando una libreta manuscrita. Marqué un golazo gracias a un desmarque fulminante y Bárcenas, contrariado, me demandó ante el árbitro por remate improcedente. El entrenador, Simeone, me felicitó al final del partido. Me desperté orgullosa, bebí agua y dormí cinco horas del tirón con una sonrisa en la cara.