Ángela Vallvey

Opinión

Quienes viven sometidos al albur de las opiniones ajenas raramente triunfan en esta vida, o les cuesta muchísimo. Se piensa, con razón, que las opiniones son la mercancía más barata que ha producido el sistema capitalista. No se cotizan mucho en el mercado del conocimiento, la empresa, el espíritu, la carne y ni siquiera en el infierno digital que a todos, en mayor o menor medida, nos abrasa. Somos sensibles a la opinión de los demás aun cuando los demás no tengan buena opinión de nosotros (o, sobre todo, en tal caso). Hay quien defiende su opinión como si fuese un fuerte y existen los que arrojan sus opiniones como si fueran piedras. Se sabe de ciertos damnificados (heridos, lapidados) por una opinión, que arrastran durante toda su vida complejos absurdos e infundados sólo porque algún imprudente –cuya opinión valoraban sin saberlo– los criticó soltando un parecer irreflexivo y errado que consiguió destruir la poca confianza en sí mismos que tuvieran esas personas jóvenes, débiles, inseguras... Es muy difícil utilizar la mente y el criterio propios para tomar decisiones que estén al margen de la opinión de los demás (la mayoría de los cuales no piensa en nuestro bien, sino en el suyo propio). El mundo está lleno de opiniones, de enredos, de comadreo. En las redes sociales –que seguramente morirán de éxito el día menos pensado–, la opinión se ejecuta, y las palabras son sogas que siempre acaban por encontrar un cuello ajeno (las faltas de ortografía con que se escriben: los nudos corredizos de dicha opinión). Clint Eastwood lo decía en una de sus películas: las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene una. No hay que darles tanta importancia. No dejarse avasallar por ellas es condición principal para llevar una vida feliz. (Opino yo)