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Cristina López Schlichting

Orgullo

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Sé que no es exactamente una virtud teologal, pero estoy muy orgullosa de pertenecer a la Iglesia católica. Cuando sindicatos y patronal, incluso los partidos, driblan para evitar la ley de transparencia, escuchar a monseñor Martínez Camino felicitarse por ella es un signo del esplendor de la verdad.

La economía de curas y monjas es proverbialmente austera. Uno no entrega la vida a una vocación para andarse con tonterías. Por eso, con seis millones y medio de parados y más de un millón de familias con todos los miembros en paro, marcan la casilla de la Iglesia un millón más de personas que las que comenzaron a hacerlo en 2007, el año en que entró en vigor el acuerdo firmado entre la Conferencia Episcopal y el presidente José Luis Rodríguez Zapatero para la autofinanciación de la Iglesia. La gente se da cuenta de que merece la pena respaldar ese tronco viejo del que nacen 14.000 misioneros españoles, 97.000 profesores católicos o 68.000 voluntarios de Cáritas que han atendido a más de seis millones de personas.

Los beneficios de la presencia social de los creyentes afectan a todos, no sólo en términos de solidaridad o ayuda internacional, sino incluso de conservación del patrimonio: hay que pensar, por ejemplo, en esos 500 pueblitos españoles cuyo único patrimonio turístico y cultural son los templos ¿Y qué decir de la economía? ¿Qué organización puede traer a España millón y medio de visitantes, como hizo la JMJ, de los que un 36'4 por 100 eran directamente extranjeros? La Iglesia es un bien para todos y merece la pena ayudar.