Julián Redondo

Otra pasta

La Razón
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El julio del Tour no puede zafarse del fútbol, es imposible. Ni las mayores gestas del mes del ciclismo ni la heroicidad o la impostura de los corredores ocultan la proverbial influencia del balón; sólo cuando truena el escándalo sobre los «sacrificados de la ruta» pierde la pelota protagonismo. El positivo por consumo social de cocaína de Luca Paolini escandaliza más por el producto esnifado que por el beneficio que procura en carrera: cero. Abstraerse de las elecciones del Barça, de la preponderancia de Bartomeu sobre Laporta, Freixa y Benedito entre el paisanaje, es imposible, como lo es pasar de puntillas por el Madrid ahora que tiene la portería empantanada. De gira con el convaleciente Keylor Navas, aún confía en dar esta semana el pelotazo con De Gea y cerrar la operación Kiko Casilla.

Mientras, el pelotón avanza, sube, baja, escala y aplaza las fracturas óseas hasta el llano y las rotondas. Cancellara abandonó de amarillo con la clavícula rota; maldición que también alcanzó a Tony Martin. Se rompen; pero terminan la etapa. Son de otra pasta. En el Tour pasado, Contador todavía pedaleó durante 15 kilómetros hasta que el dolor por la rodilla quebrada se hizo insoportable y se bajó. Este año, lo insufrible para Alberto, y para todos los demás, es la insultante superioridad de Chris Froome, un alfeñique, un raspa sometido en pretemporada a dieta estricta por el equipo, que no le permite más que dos ingestas diarias: desayuno y cena. En el Tour le han quitado el candado a la nevera, come y no lo parece, es un relámpago cargado de energía. Le temen tanto que le permitieron cruzar el Tourmalet sin sobresaltos. Que no se confíe. Aunque sea un topicazo, el Tour acecha.