Martín Prieto

Otra vez Blancanieves

La familia es una de las piedras sillares de la civilización, pero en sus rendijas florecen espantos del subconsciente desde antes que los disecara Sigmund Freud. Los hermanos Jacob y Wilhem Grimm (Berlín, siglo XIX) no fueron amables cuentistas para la tierna infancia, sino abogados, lingüistas y filólogos calvinistas que excavaron el imaginario popular alemán trasmitido oralmente. Sus cuentos «infantiles» no eran tal, sino relatos para adultos en los que subyace subliminalmente toda suerte de violencia. Los cuentos de los Hermanos Grimm fueron retocados «ad nauseum» por los editores para hacerlos políticamente correctos, término entonces inexistente pero preconcebido. La madrastra de Blancanieves intenta envenenarla con lazos y peines ponzoñosos, dejándola finalmente catatónica con una manzana infiltrada de belladona. En el relato original de los Grimm la protagonista fatídica es la madre que obra por envidia a la belleza de la hija mientras ella se marchita.

Otrosí de Hansel y Gretel expulsados dos veces de la choza hambrienta no por ninguna madrastra, sino por la progenitora, luego en el bosque, trasunto de la bruja que inicia un ritual de canibalismo sobre su propia prole. Goethe celebró «Barba azul» como «escrita para hacer felices a los niños». Retorcido criterio el del príncipe de las letras alemanas. En «Barba azul» (que misteriosamente sigue considerándose un cuento para niños) se asientan la barbarie machista, la misoginia como alteración mental y la apoteosis del asesinato conyugal. Nos conmueve la muerte de la valiosa niña compostelana porque inconscientemente tememos que el matricidio estuviera escondido y latente en la casa familiar. Es tan rechazable la idea de perder un hijo que no se nombra como la orfandad o la viudez. A los hermanos Grimm les cambiaron la madre por la madrastra para hacer más digerible una ominosa y secular realidad: la de Saturno devorando a sus hijos. Blancanieves con los ojos rasgados y sin un príncipe que llegara a tiempo.