Lucas Haurie
Otro Castro desvariando
Las exequias de Hugo Chávez, largas y propiciadoras de vergüenza ajena como corresponde a un tirano, son la percha de la que se cuelga toda pretensión de notoriedad del más ignoto de los mamadores del presupuesto. Manu Sánchez redobló el tono humorístico de su programa al entrevistar a un (presunto) catedrático que achacó la alta tasa de criminalidad en Venezuela a la costumbre de «terminar a tiros las discusiones que aquí terminan a tortazos», pero el cómico merece ser tomado en serio al lado de un dirigente comunista que, en enternecedora demostración de que los extremos se tocan, se llama José Antonio (¡presente!) y se apellida Castro (¡toma ya!). No es casualidad: Franco y su epígono Fraga cultivaron una feraz amistad con la Cuba de Fidel; y, en realidad, falangistas, prosoviéticos y sus respectivos herederos tienen en el odio al liberalismo y a la libertad el compartido pilar ideológico. El caso es que este Castro «el chico», diputado regional de IU, no sólo ponderó las virtudes de la revolución bolivariana, extravagancia comprensible en quien queda agradecido tras vacacionar gratis total en las playas del Caribe, sino que juzgó como deseable su importación a Andalucía. El plan tiene una laguna: no revela de dónde íbamos a sacar los millones de litros de petróleo que costean la maquinaria formidable del totalitarismo chavista. Pero fuera de ese detalle, asusta que un electo con aspiraciones de liderar su grupo parlamentario prefiera asimilarnos a los habitantes de Caracas o Pyongyang antes que a los de Londres o París.
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