Carlos Rodríguez Braun
Pablo Iglesias, camaleón y calamar
El líder de Podemos recurre a la ficción, con dos variantes: la del camaleón y la del calamar.
No muchos han practicado la estrategia del cambio de colores como Pablo Iglesias, que antes se declaraba comunista y ahora lo niega, que antes lagrimeaba admirado ante Hugo Chávez y ahora rechaza el chavismo, que antes podía ser violento contra sus adversarios, y comportarse como un matón frenético ante ellos, y ahora abraza a los niños, llena el país de corazones, susurra con serenidad, y recomienda a los demás, desde el más sabio y abierto de los paternalismos, que no se pongan nerviosos.
Podemos ha cometido algunos errores en ese sentido, como la idolatría de un bárbaro que apaleó a un político socialista. Ahora bien, nunca estuvo Pablo Iglesias pidiendo su libertad; eran otros, como Teresa Rodríguez, por ejemplo. Iglesias no puede correr el riesgo de que todo el mundo lo vea aplaudiendo a los pendencieros del (ridículamente) llamado Sindicato Andaluz de Trabajadores. Mientras no alcance el poder, que es su único objetivo, tiene que aparecer con los colores de la tolerancia, la libertad, y otros valores en los que cabe sospechar que no cree.
Sin embargo, hay un punto en el que el camaleón es insuficiente: millones de españoles han contemplado el resultado del anticapitalismo en Venezuela. El inefable «Kichi» afirmó hace pocos días que el país ha mejorado gracias al chavismo. Pero nadie verá a Pablo Iglesias perpetrando tamaña tontería. Su estrategia en este caso, que le molesta pero que no puede eludir, es diferente: es la del calamar.
Él deja a Alberto Garzón el bochornoso papel de calificar a Leopoldo López como «golpista», justificando así su encarcelamiento. En cambio, Iglesias, que no puede negar su respaldo a ese régimen tan repulsivo, en vez de defenderlo, como hizo en el pasado, lo disuelve: «seguramente hay cosas que se podrían hacer mejor...no es muy diferente a los países del entorno... A mí no me gusta que se violen los Derechos Humanos en ningún sitio, ni en Venezuela ni en España tampoco».
Ahí está el calamar en su apogeo: sí, el chavismo no es perfecto, pero, bueno, es más o menos como los demás. Y en una osada cabriola, terminó identificando a Venezuela con España, porque aquí también se violan los derechos humanos, con los desahucios, porque la vivienda es un derecho humano. Comparar eso con los presos políticos del régimen venezolano requiere una enorme capacidad para el engaño. Pero si alguien plantea alguna duda, Iglesias repite: él no quiere aplicar aquí el sistema bolivariano, sólo faltaba, sino que, como moderado socialdemócrata que es, aspira a...el paraíso nórdico, claro que sí, del que jamás dijo una palabra de reconocimiento cuando vitoreaba los «logros» del siniestro «socialismo del siglo XXI».
Pablo Iglesias es un enemigo de la libertad y los derechos de los ciudadanos. Pero no tiene un pelo de tonto.
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