José Luis Requero

País difícil

Vuelvo sobre Podemos. Hace poco comentaba que no me preocupa mucho, y no debo ser el único. Recientemente alguien –creo que Antonio Garrigues– decía que tampoco estaba muy preocupado, porque, de llegar a gobernar, el poder siempre aburguesa, templa y baja los humos. No lo niego, pero esas experiencias no las quiero para mi país. Esperar a ver cómo gobierna quien ha dicho que quiere poner fin a la España constitucional me lleva a la máxima dorsiana: los experimentos, con gaseosa; es decir, las aventuras ideológicas para los ateneos y aun así con cuidado.

Sin embargo, no me preocupa. Lo que sí inquieta es que sea realmente una fuerza política emergente: en definitiva, que haya centenares de miles –quizás millones– de ciudadanos dispuestos a darles su confianza, aunque luego ese partido se corte la coleta totalitaria y, en el mejor de los casos, acabe aburguesado aun con poses radicales. En definitiva, lo que inquieta es que una masa determinante de votantes –de ámbito urbano y educación superior– se identifique con quien presenta sobradas muestras de ser antidemócrata, entendiendo por demócrata el homologado en el ámbito occidental, civilizado. ¿Qué ha pasado o está pasando para que esto suceda? Esa realidad necesita alguna reflexión, porque quizás tengamos un problema.

Si la explicación está en la presencia de líderes de Podemos en las televisiones, lo que tenemos son ciudadanos fácilmente influenciables, acríticos, en manos de quien tiene pegada televisiva. O peor aún, cabe que estén aflorando unas generaciones que sean el fruto de un sistema educativo sibilinamente diseñado para que, con el tiempo, cuajen gentes que no hagan ascos a los planteamientos ideológicos tipo Podemos o análogos. El 11 de marzo de 2004 y días posteriores mostró una ciudadanía manipulable, que reaccionó de una forma muy distinta a como lo hicieron otros en casos igual o más trágicos: ahí esta la reacción de los americanos tras el 11-S, la de los británicos en 2005 o los franceses hace unos meses.

O puede ser que Podemos crezca a base de fomentar lo peor. La asunción acrítica de esa categoría indeterminada que denomina «la casta» puede que sea consecuencia no tanto del deseo de una sociedad más justa, sino del rencor y de la –tan hispana– envidia. Quizás así se explique la indiferencia de esos adeptos ante la realidad de que los podemitas son también casta y burgueses: ya me gustaría disponer de la renta de alguno de sus dirigentes.

En fin, somos un país complicado, con un número no desdeñable de conciudadanos predispuestos a dar al traste con un régimen que, con sus defectos, ha traído estabilidad y paz; unos ciudadanos que, aceptando que hay injusticias, desigualdades y posiciones de abuso que corregir, optan por el suicidio.Y esto no se endereza a base de tirar de gasto público para ganar adeptos; tampoco metiendo miedo, sino siendo conscientes de que hay quienes llevan años «trabajándose» un concreto modelo de ciudadano que poco a poco va tomando forma.

Podemos muestra que somos un país difícil, contradictorio. Lo veo también en esas encuestas sobre el estado de opinión de los españoles y en ellas la Justicia sale normalmente mal parada. El encuestado suele tener un criterio muy coyuntural y si hoy se cae un avión y pasado se hace una encuesta, probablemente preocupará la seguridad aérea. Exageraciones al margen, sí que hay tendencias y una de ellas es esa valoración negativa de la Justicia.

Esa tendencia es testaruda, cabezona, aunque, por ejemplo, salte a la vista la actuación vital de los tribunales ante la corrupción, por citar una de las inquietudes al alza. Pero lejos de apreciarse, el parecer negativo se mantiene. En cambio, otros viven de tendencias siempre favorables. Pienso en las fuerzas de seguridad. No le hacen mella las noticias de corrupción, como esa red de falseamiento de pruebas, por citar el último caso, o casos de tráfico de drogas, malos tratos, extorsiones o sucesos de relevancia política con actuaciones policiales delictivas (sin ir más lejos, el «caso Faisán»). Quizás pesa mucho en el imaginario colectivo un pasado que valora mas al guardián que al garante de las libertades. Quizás esas tendencias suicidas tienen unas raíces mucho más profundas de lo que pensamos.