Alfonso Ussía

Papá

Lo decía Bernabéu en sus últimos años de vida. «Los dos grandes enemigos de los futbolistas de la actualidad son la vanidad y su padre». ¿Recuerdan los madridistas a los padres de Di Stéfano, Puskas o Gento? ¿Y los barcelonistas a los de Ramallets, Kubala o Basora? ¿Y los atléticos a los papis de Ben Barek, Miguel o Collar? «A mi despacho que venga todo negociado y que el padre espere en la sala de visitas». Nada más nocivo que un padre que hace dinero con las habilidades de su hijo. Al final se rompen las familias. Está bien lo del representante, que es como el apoderado del torero. Un bonito nombre, representante y apoderado, para referirse al comisionista. Los grandes futbolistas no merecen esos padres, que culminan toda suerte de mejunjes mientras sus hijos meten los goles o los evitan. Estoy convencido de la inocencia de Messi y de Neymar, por poner dos ejemplos significativos. Pero no de la inocencia de sus padres, que apuntan a pájaros de cuenta. Como los padres de los toreros de éxito que en el callejón animan a su hijo a que enseñe con más donosura su femoral al toro. Los padres de los toreros tienen su lugar y sitio en los tendidos, no en los burladeros de la sangre. Las madres influyen menos, excepto en el mundillo del corazón y la folclorería. En el camerino de una conocida y bellísima folclórica, la madre revisaba los ramos de flores de los pretendientes. «Si las flores son sólo flores, olvídate. Si hay joyita, le das una oportunidad. Y si hay joya fetén, pedrusco, te lo puedes tirar siempre que te confieses del pecado al día siguiente con un sacerdote que no te conozca». «Madre, que a mí me conoce toda España»; «pues cruzas la frontera y te confiesas con un sacerdote francés, que lo principal es el arrepentimiento, no el idioma». Y se confesaba en San Juan de Luz.

Los padres están para formar y educar a sus hijos, no para aprovecharse de ellos. Y menos aún para guiarlos hacia las irregularidades y los presumibles delitos. El padre de un futbolista no está autorizado a provocar una crisis institucional en un club como el «Barça», por mucha culpa que tengan los directivos que han aceptado colaborar en el chantaje. Entre 57 millones de euros y 100 millones de euros existe una diferencia considerable. La confidencialidad y la discreción no son valores delictivos. Pero los socios, que son los propietarios de clubes como el Real Madrid y el Barcelona, tienen todo el derecho a enterarse de lo que valen y cobran sus jugadores. Otra cosa es que les compense la ignorancia a cambio de unos cuantos goles de bella realización. Pero si un socio desea indagar, el resto de los copropietarios no puede impedírselo.

Me entristeció el monólogo de Rosell. Amenazas a la familia y envidia de los adversarios. Las amenazas están a la orden del día porque vivimos en una sociedad atiborrada de forajidos y delincuentes verbales que insultan y amenazan amparados en el anonimato y la cobardía. Un presidente del «Barça», como del Real Madrid, sabe que la amenaza anónima es un elemento más de su desayuno diario. Lo de la envidia de los adversarios por la contratación de Neymar fue, claramente, una indirecta alusión al Real Madrid. Rosell se amparó en esas memeces para no tener que decir la verdad. Que el padre de Neymar es un fresco comisionista y que se ha equivocado. Habló en catalán y gritó al final «Visca Catalunya», como si se tratara de un acto político. El sucesor hizo lo mismo. Se me antojó algo paleto. Como si el Presidente del Real o del Atlético, al terminar la lectura de un comunicado vociferan un «¡Viva Madrid!» o un «¡Viva Castilla!». Rosell tendría que haber hecho lo que Bernabéu. «Que el papá se quede en la puerta». Y ahora seguiría siendo el presidente del «Barça». Y lo de hablar exclusivamente en catalán no estuvo bien, porque hay partidarios y simpatizantes del «Barça» en todos los rincones de España. Pero dejémoslo ahí, como la madre de la folclórica. «Lo importante es el arrepentimiento, no el idioma». Lo malo es que no se arrepintió de nada, y dejó ver que no le llegaba la camisa al cuello. Las culpas de otros. Envidia y política. Con lo fácil que hubiera sido reconocer la verdad y afirmar públicamente que algunos de los padres de sus jugadores son unos granujas con balcones a la calle. «Papá, adiós y no vuelvas».