Irene Villa

Papa carismático

Papa carismático
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Sólo diez días desde que el Papa Francisco inaugurara su papado han bastado para dar esperanza, renovación y un espíritu de ayuda y misericordia absolutamente atrayente hasta para quienes nada tienen que ver con las religiones. Los argentinos pensarán, desde su cultivado y a veces demasiado petulante orgullo (dicho con cariño, entre otras cosas porque mi familia política es de aquel querido país que nos sigue llamando «Madre Patria», sólo salpicado por la avaricia y las astucias, como en todas partes) que tener un Papa argentino era justo lo que les faltaba. Pues que sirvan de ejemplo –no solamente allá, en su país de origen tan amable y hospitalario– su compasión, su altruismo y su magnanimidad. Que las anécdotas que se multiplican acerca de un humilde jesuita de generoso carisma sigan produciéndose, que consiga transmitir a la sociedad mundial, y no sólo a los católicos, esa filosofía de vida basada en la humanidad, la solidaridad, la paz... Quiere avanzar incluso en el deseo de reparar el daño que pudieran causar las dictaduras. Quiere justicia y seguir manteniendo su austeridad característica porque las ostentaciones le sobran. El Santo Padre lo ha demostrado con su vida, con su discurso al estrenar papado, sencillo y hasta con sentido del humor, admitiendo que su poder es servir a los pobres, celebrando la misa del Jueves Santo, como tiene previsto, en un centro penal de menores en lugar de hacerlo en la Basílica de San Pedro. Y es que como decía Hemingway, el secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento es la humildad.