Julián Redondo

Pasar a la posteridad

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Un segundo de distracción, la duda, y cuando disparó Cardeñosa a puerta vacía, sobre la línea de gol, despejó Amaral. Tuvo en sus botas Julio Salinas la victoria contra Italia, el salto a semifinales, pero Pagliuca adivinó el tiro y lo desvió. Roberto Baggio hizo el 2-1, Tassotti rompió la nariz a Luis Enrique y chasco digno de Monument Valley en Estados Unidos, donde el fútbol es menos importante que la suerte de Richard Kimble. ¿Y el penalti que paró Pfaff a Eloy? Nadie se acuerda del que marcó Chendo en aquella tanda infalible de los belgas. ¿Y el que mandó Raúl al limbo? Último minuto, encuentro crucial de la Eurocopa de 2000. Era la posibilidad de empatar y jugar la prórroga. La mirada de Barthez se perdió por encima del larguero, como la pelota. Jugadas de la fatalidad para la posteridad, eso que equivale a la fama póstuma; distinta con Zarra en el Mundial de 1950 o con Marcelino en aquella Copa de Europa de 1964, cuando la moneda salió cara. A Silva, como a los primeros, cruz. Pasará a la posteridad, no por ser un futbolista extraordinario sino porque la vaselina no entró y, quién sabe si alteró el destino de la España triunfal un viernes 13 de junio, plenilunio, en Salvador de Bahía. No hay que tocar madera, ya pasó. Lo que procede es levantarse del batacazo, transformar una derrota bochornosa en un traspié como el de Durban, aunque no es lo mismo, y ganar a chilenos y australianos para que Del Bosque, Casillas, Ramos, Piqué, Xavi y Diego Costa no terminen en la picota de la plaza pública. Si en las cenizas de la Selección aún queda rescoldo, será posible. Y que el destino les libre del triple empate.