Paloma Pedrero

Pasar frío

Pasar frío
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Ayer vi un documental que me congeló el alma. Los reporteros visitaban a personas que por problemas económicos, la mayoría derivados de esta crisis feroz, no podían encender la calefacción ni el agua caliente en sus viviendas. Las temperaturas de esas casas, pisos como el suyo y el mío, eran prácticamente las mismas que las de la calle. Seis, ocho, diez grados, lo que hubiese fuera. Dentro, sus habitantes hacían las labores del hogar con los abrigos puestos, cenaban en la cama para soportar la helada, se lavaban con palanganas de agua caldeada, dormían en grupo para darse calor. Los críos lucían sabañones y asma. Los padres y abuelos, escarcha, impotencia y tristeza. Las neveras, también frías, mostraban apenas alimentos, pero, gracias a algunas fundaciones y personas, todos podían tomarse una sopa o unas lentejas. El frío, el frío insoportable no tenía alivio posible. Los pequeños no querían lavarse y las manos de sus madres estaban escarlata. Es que, decían algunos, si pagamos el alquiler no podemos pagar la electricidad. Ese recibo cada vez más caro en una sociedad cada vez más pobre. Inadmisible. Y si no se paga el alquiler se va uno a la calle. Y si se va uno a la calle, aparte de frío, se queda sin techo. Se está achuchando demasiado a la buena gente de este país. Porque, además, mientras unos lo agarran calentito, otros se mueren de frío y desesperanza. Vivir helado es vivir paralizado. Prueben a sentirlo. Estar sin leña es estar sin hogar. Y aquí no hay leña. Pido, clamo desde esta humilde columna, por una acción urgente contra el frío de tantos.

Es tortura someter al frío del invierno a los necesitados.