Julián Redondo

Pasar por los aros

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Ahora Keylor, ahora Iker... Ancelotti deshoja la margarita antes de cada partido sin saber a ciencia cierta, o así parece, a qué portero quiere. Para jugar contra el Elche eligió a Navas, acaso para que Casillas no escuchara esa monserga en que se han convertido los pitos del Bernabéu. En El Madrigal, el capitán en la portería, aislado del mundanal ruido y de los protestones. Es su sino porque tal vez le faltó valor en verano para despedirse, cuando Casilla sonaba como pareja de baile del meta costarricense y cuando Diego López pisaba el umbral de San Siro, o porque no hubo club en Europa dispuesto a pagar un traspaso de entre 15 y 20 millones y una ficha próxima a los 14. Se quedó, fue un error que le cuesta manejarse entre la desconfianza propia y la incertidumbre de su entrenador.

Casillas pasa por el aro como aquellas ciudades que un día sueñan con organizar una Olimpiada y pasan no por uno, sino por cinco aros. Madrid, con un presupuesto de candidatura según exige el «juego», podría haber ganado en Copenhague de no ser porque los Juegos de 2016 se los habían regalado a Río tres meses antes. En el tercer intento, acariciado con ilusión hasta horas antes de la decisión en Buenos Aires, lo cierto es que las posibilidades fueron eso, el sueño de los ilusos.

Mientras Estambul ponía 40 millones de euros a disposición de la candidatura, que trasladó y acogió a cuerpo de rey a influyentes periodistas de medio mundo cuando la visita de la Comisión de Evaluación, algo parecido a Tokio; Madrid jugó el partido con nueve millones, las influencias mediáticas agasajadas en otros lares y la austeridad por bandera. Era la mejor opción y perdió por goleada. El Madrid, con Casillas, venció.