India

Patria, castas y políticos

Para Tocqueville, la fragilidad política de la India residía en las castas que componen su sociedad y que impidieron que se formara un sentimiento de patria.

Quizás el argumento no es justificación suficiente para la debilidad de ese imperio que nunca supo luchar contra los invasores, pero hay que reconocerlo como una de las concausas y resulta una explicación tan luminosa cuanto atractiva.

La patria se ha definido de muchas maneras diferentes y me inclino por la de la RAE porque me gusta ser disciplinado y ella es maestra en el idioma: «Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos».

El texto obliga a consultar la palabra «nación» y ahí, la Real Academia Española dice: «Conjunto de los habitantes de un país regido por un mismo gobierno». La nación es el aspecto formal y jurídico. Lo definitorio de patria es, por tanto, aquello por lo que el ser humano se siente ligado. Es algo más subjetivo y puede ser enormemente variado.

Los montañeses, por ejemplo, son personas muy apegadas a su rincón; en ellos el paisaje es determinante y se comprende, porque ver amanecer todos los días con el horizonte limitado por el perfil del mismo risco condiciona y, si se graba en el corazón, se ansía volver a contemplarlo.

Los «indianos» del norte de España constituyen un magnífico ejemplo, se vieron obligados a abandonar la tierra donde nacieron para ir en busca de mejores perspectivas económicas y cuando consiguieron lo que les impulsó a marchar, regresaron para disfrutarlo donde nacieron.

Este concepto de la «patria chica», en el que la identidad reside en personas y cosas concretas y cercanas se amplía sin destruirse con el cristianismo.

La religión cristiana aportó una idea novedosa y revolucionaria: la igualdad de todos los hombres. Igualdad esencial por su propia naturaleza como seres creados a la imagen y semejanza del Creador, e igualdad por la redención de Cristo, que alcanzó a la humanidad entera.

Si hay identidad entre todas las personas, su patria no tiene por qué circunscribirse a unos estrechos límites, al existir ligazones superiores que las unen.

Por eso, un cristiano de formación orteguiana y alma de poeta como el III marqués de Estella pudo definir la patria como «una unidad de destino en lo universal».

A esta visión más amplia se oponen las castas, según denunció Tocqueville: al ser habitáculos cerrados de los que no puede salirse ni que accedan otros, la única coincidencia posible es con su mismo círculo. «En una sociedad fraccionada en castas, éstas sustituyen a la patria», fue su conclusión.

El ensayista francés hizo caso omiso de factores tan importantes como la religión, pero recordemos solamente ahora su opinión sobre las castas y su similitud con los guetos, para preguntarnos si ciertos políticos no se han constituido a si mismos en casta y no se han encerrado en guetos.

Por sus obras los conoceréis.

Como ocurrió con los judíos en las ciudades europeas, en los que fueron ellos los que se recluyeron aislándose del resto de la sociedad sin que nadie los aprisionase, algunos políticos se han enclaustrado en el interior de sus partidos, un bastión que los alimenta y los protege.

Para ellos, la política ha llegado a constituir una profesión y se han inhibido de buscar otra solución para sus vidas, por lo que están obligados a uncirse al partido, que es su único modo de subsistencia.

Una anécdota de hace años nos enseña que la situación actual no es nueva: un prohombre español se proclamaba cínicamente como «carguista», y ante la sorpresa de su interlocutor que había entendido carlista, puntualizó: –«Carguista, no carlista: amante de cargos públicos».

Produce sonrojo comprobar cuántos seguidores tiene hoy aquel personaje, pues una significativa parte del entramado político ha descendido a esa triste condición, y son contados, en cambio, los que como Esperanza Aguirre, han denunciado la postura de los políticos profesionales.

En la situación descrita, el interés del partido podría anteponerse al general y, como alcanzar el poder es el fin de los partidos políticos y de paso de su clientela, cabría temer que esas organizaciones acaben buscando principalmente dicho resultado y huyan de todo aquello que pudiera comprometerlo. La frase «políticamente correcto» define con exactitud la nueva moral.

Las elecciones otorgan el mando, así que tanto los partidos políticos como sus miembros acabarán por aceptar unas pautas que faciliten el triunfo en las consultas populares, y ese será el objetivo prioritario de dichas organizaciones. El bien común se producirá, o no, por añadidura.

Tocqueville sostenía que las castas sustituyen a la patria, y se me ocurre preguntar: en tales circunstancias, ¿son los políticos y los partidos patriotas de la nación, o solamente son solidarios con su casta?