Alfonso Merlos

Patrias contagiadas

La Razón
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Con lo mejor de cada casa hemos topado. Los pata negra del PNV presentando candidato para las próximas autonómicas. Los bildutarras buscando una nueva cartografía en la que situar al líder terrorista Otegi. Los monaguillos de Iglesias concentrados, en su miopía y su estulticia, en el espejismo del falsario derecho a decidir. Un cacao de tres pares de narices. El laberinto nacionalista de casi siempre. Una salida ni siquiera prohibida: tapiada.

Es lo que hay. No sólo porque el porvenir de la patria vasca es una entelequia de hoja perenne, sino porque el contagio del tarzanesco separatismo catalán y del morado oleaje antisistema han terminado por estropearlo todo. ¡¿Alguien esperaba lo contrario?!

El futuro de la España de 2016 no pasa por levantar más barreras artificiales sino por construir puentes amables: los del entendimiento, los de la razón, los de la colaboración entre quienes creemos que un equipo es más importante y más fuerte que todos aquellos jugadores que individualmente lo conforman.

No. El «Aberri Eguna» no es una celebración de connotaciones paleolíticas. No hace falta retrotraer sus evocaciones a la Edad de los Metales. Y sin embargo, en términos políticos, representa lo rancio, lo desfasado, lo inoperante y estéril. El lodo. Lo han probado Ortúzar, Urkullu y otros cadetes del soberanismo vasco que representan la efigie de Arzalluz con 20 años menos.

La región por algunos llamada Euskadi (sus gentes, sus instituciones, sus dirigentes) no ha vivido aislada durante los últimos cuatro años. Pero está en el momento de dar un paso al frente: en términos de progreso, riqueza, prosperidad y estabilidad. O de enfangarse en la dirección opuesta: la del aislamiento, la autarquía y el descrédito. ¡Qué fácil!