Martín Prieto

Patriotismo constitucional

Un presidente de la República Federal Alemana, demócrata-cristiano, de apellido irrecordable, fue preguntado por un periodista incordiante: «¿Ama usted a Alemania?». Eran tiempos en que la guerra fría estaba caliente y la herencia nazi había desmochado el nacionalismo alemán y hasta Wagner resultaba sospechoso. El presidente contestó con inteligencia: «No; yo amo a mi mujer». Eludía la provocación patriotera y colocaba el sentimentalismo en su sitio. Tras la doble destrucción de Europa en 30 años a manos de nacionalismos de opereta, cundió la idea del patriotismo constitucional en el que los pueblos encontraban cobijo en un haz de leyes que protegían sus libertades, y en esas constituciones abiertas depositaban orgullos nacionales desprovistos de agresividad expansiva o particularismos excluyentes. Sólo la Constitución yugoeslava de Tito admitía cínicamente la secesión de los retales del imperio austrohúngaro. Rajoy, con el principal apoyo socialista, ha impartido una tranquila lección de patriotismo constitucional, reformable, como quien ara en el agua, porque una minoría de escuchantes ni siquiera acatan las sentencias de los tribunales. Con el agravante (salvando el respeto personal) de que los tres comisionados del Parlamento catalán se mostraron insólitamente indoctos, y quienes desde otras bancadas les asistieron, secundaron al representante de Izquierda Plural en el derecho a decidir del nacionalismo. ¡Un comunista (que se avergüenza de su apellido político) en clave nacionalista! Antes Rubalcaba había recordado que no era nacionalista sino socialista, pero nuestros marxistas embozados siguen en la lucha de clases, aunque ahora localista. Ahora, tras enseñar a sus hijos que 1714 fue una guerra de España contra Cataluña (y la Guerra Civil, también) han inventado la «urnocracia»: el sillar de la democracia es acudir a la urna, aunque sea para restablecer la pena capital o despojar del voto a las mujeres. La urna como tótem. El derecho a decidir, ámbito selvático del que huyó hace siglos la civilización occidental. Ortega y Gasset: «El problema catalán no tiene solución».