José María Marco
Patriotismo, valentía, flexibilidad
Como hemos vuelto a comprobar estos días, de los muy grandes personajes políticos no queda sólo un legado histórico. Queda también algo más inmaterial, que refleja las posiciones que cada uno de sus contemporáneos adoptó en su momento ante su acción y su propuesta. Queda, en consecuencia, algo imperecedero: el estilo de una época, al que nadie que la viviera puede ser del todo ajeno, y las virtudes morales que, decantadas por el tiempo, aparecen ahora como aquello que movió a toda una sociedad.
En Suárez, como ocurre con otras personas de primera fila, las dos cuestiones se funden. Y así como su recuerdo es imposible de disociar de la forma de vivir y de expresarse de aquella España con tantas ganas de acabar de una vez por todas con el corsé autoritario que la agarrotaba, cada uno de nosotros guarda dos o tres palabras que resumen el auténtico valor de aquellos momentos. Para mí son valentía, flexibilidad y patriotismo.
El amor a España resulta evidente. La Transición fue de por sí una lección de patriotismo y, como ocurre siempre con el amor, el patriotismo no se puede encerrar en un recinto privado. La valentía también está clara. Suárez se enfrentaba a riesgos de tal categoría que parecía prudente dilatar sin fin la toma de decisiones. Hizo lo contrario, y lo que parecía establecido por los siglos de los siglos desapareció en dos años. En cuanto a la flexibilidad, fue para él un método y un objetivo. La sociedad que iba a salir de aquella Transición, realizada a base de diálogo y de negociación, tendría que dejar atrás las rigideces de una España jerarquizada, fosilizada, sin autonomía, a la que se le negaba la participación en la toma de decisiones y, a cada uno de nosotros, el desarrollo natural de lo quería ser.
Luego Suárez pagó muy caro su atrevimiento. También tuvo que enfrentarse a las consecuencias de una cierta ingenuidad, que era la propia de aquellos años. Todo eso puede servir de moraleja –siniestra– para quienes lo recordamos con demasiado cariño. Está bien, pero ante otra clase de obstáculos, siempre cabe la posibilidad de preguntarse si son de verdad superiores a los que entonces se logró vencer. Además, es un hecho innegable que la España de hoy, infinitamente mejor en todos los aspectos que aquella que Suárez reformó, es fruto del patriotismo, la valentía y la flexibilidad del entonces presidente y de unas cuantas personas más. Somos los herederos de todo aquello y también deberíamos saber que somos sus continuadores.
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