Alfonso Ussía
Peligrosa amistad
Aunque muchos vivan en la permanente confusión, bueno es que sepan que el Rey es el menos libre de los españoles. Fui monárquico emocional y pragmático simultáneamente durante el exilio de Don Juan. Me queda el pragmatismo, la convicción de que España necesita la figura que sobrevuela las luces y las sombras de los políticos. El Rey representa la «Auctoritas», la referencia del buen arbitrio y la conciliación. Sus poderes son limitados, como sus privilegios, pero no así sus deberes, que no tienen fronteras.
Entre los deberes del Rey destaca la ejemplaridad. Y dentro de la ejemplaridad, el acierto en la elección de sus amigos. Cuando un amigo del Rey, por las circunstancias que sean, abandona la obligación de la discreción y la prudencia, se convierte en un riesgo infectado que puede herir el prestigio de la Corona.
El Rey ha demostrado en dos años que su formación, sus dotes personales y su capacidad de trabajo nos garantizan a los españoles el equilibrio y la sensatez en la jefatura del Estado. Pero aún le queda por delante la dolorosa decisión de prescindir de pasadas amistades no recomendables. Nadie en España puede ser «el mejor amigo del Rey», porque España y sólo España es la natural receptora y digna beneficiaria de esa amistad. Un mal amigo del Rey se convierte en un peligro público e innecesario cuando las circunstancias políticas y sociales requieren y exigen que el Rey no tenga amigos. Y menos aún, amigos indiscretos que desconocen que la íntima amistad con el Rey conlleva la obligación de un comportamiento intachable en todos los aspectos. Lo contrario puede derivar en un escenario tan injusto como peligroso. Que el «mejor amigo del Rey» ayude a crecer el número de los enemigos del Rey.
Los Reyes no pueden compartir mensajitos con amigos que comprometen a sus personas por un alarde ajeno de esnobismo. Y más, si la situación judicial del emisor y receptor de mensajes de ánimo transcurre por espacios de nubes y de dudas. Los mejores amigos del Rey somos todos los españoles que no comprometemos al Rey, aunque el Rey lo ignore. Y también lo son aquellos que se consideran adversarios del Rey y de la Monarquía Parlamentaria establecida en la Constitución de 1978, porque son amigos a ganar, y no amigos íntimos que se aprovechan de la amistad del Rey para ganar ellos aunque el Rey pierda. Una malvada victoria social que por una mera indiscreción nubla los aciertos de un buen Reinado.
Las amistades peligrosas del Rey no lo son para el Rey exclusivamente. Lo son para todos los españoles que creemos –y para los que no lo creen pero disfrutan de los derechos y libertades que la Corona les garantiza–, que la ejemplaridad es imprescindible hasta en los menores detalles. Siendo el Príncipe de Asturias, el Rey no acertó en la elección de sus amigos, exceptuando a sus leales y discretos compañeros de las Academias Militares. Algunos de los antiguos y nocivos amigos del Príncipe se han evaporado, y ello es consecuencia –creo–, de la firme y meritoria labor del actual Jefe de la Casa del Rey. Pero queda por ahí, suelto e indiscreto, «el mejor amigo del Rey», el que manda mensajes, el que cuenta lo que no hay que contar, el que no silencia lo que hay que silenciar y el que su triunfo social depende fundamentalmente de ser considerado, empezando por él mismo, como «el mejor amigo del Rey».
Ser el Rey tiene muchas desventajas. Entre ellas, la de no poder compartir con el resto de los españoles la posibilidad de disfrutar de los amigos, sean buenos o malos. Nosotros podemos elegir. El Rey no. Nosotros podemos equivocarnos. El Rey no está en condiciones de hacerlo. Si «el mejor amigo del Rey», con sus indiscreciones, se convierte en un peligro para el Rey, hay que borrarlo de la lista por el bien de España y la Corona.
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