Cristina López Schlichting
Peligroso amor
«Yo creo que el nacionalismo es una de las grandes aberraciones de la Historia, es una doctrina que atribuye la importancia del individuo a su pertenencia a un colectivo». La frase la ha pronunciado esta semana Mario Vargas Llosa. Sus consecuencias últimas son las del cristianismo: todos somos iguales en dignidad porque todos somos hijas de Dios, sin importar raza, religión, condición social, pasaporte, idioma. La persona antes que el grupo, el mundo por horizonte. Entretanto, otras noticias de estos últimos días emponzoñan la convivencia: la Guardia Civil ha revelado que muchos profesores de las ikastolas navarras justifican a ETA. Asimismo, los actuales dirigentes catalanes están enseñando a los niños a distinguir entre invasores e invadidos. Ahora anuncian que van a impulsar el estudio de los hechos de 1714 en los colegios... ¿Qué van a contar, que Cataluña apoyó a los Austrias en la lucha por España contra los Borbones, o un mito? Es tan duro asistir a las divisiones que está generando el nacionalismo que he entrado en crisis. ¿Puede un hombre amar a su nación? Cuando Gershom Scholem reprochó a Hannah Arendt su falta de «Ahabath Israel» (Amor al pueblo judío), ella, que era superviviente del holocausto y orgullosamente judía, que prefería la lengua alemana y vivía en los EEUU, respondió: «Jamás en mi vida he amado pueblo o colectivo alguno, ni alemán, ni francés, ni americano, tampoco la clase obrera ni cosas por el estilo. De hecho, sólo amo a mis amigos y soy totalmente incapaz de otro tipo de amor». Estoy tan orgullosa de nuestros escritores y pintores, del descubrimiento de la otra mitad del orbe conocido en el siglo XV, del derecho de gentes... yo qué sé, que siempre me he sentido no sólo profundamente española, sino «amante» de mi nación. Pero hay tanto veneno nacionalista alrededor que a lo mejor ha llegado la hora de cuidar el lenguaje. Una nación establece las raíces de un ser humano y lo abre al mundo entero, pero tal vez «amarla» sea una expresión demasiado humana. Es más, si tu nación te hace pensar que eres superior, te cierra al mundo y las otras lenguas, te hace «hiper ultra mega valorar» tu herencia, no merece tu celo. Los obispos españoles hicieron una muy precisa distinción entre el apego a la tierra propia y el nacionalismo excluyente en el documento que sobre el problema vasco redactó esa extraordinaria y templada cabeza que es monseñor Sebastián. Pero las frases de Llosa y Arendt me han dejado pensando sobre el concepto de «amor».
✕
Accede a tu cuenta para comentar