Restringido

Pell

La Razón
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A este hombrón de 74 para 75 años de edad nadie podrá negarle una cierta valentía. La semana pasada el cardenal George Pell se sometió a veinte horas de interrogatorio en videoconferencia con Sydney, que (debido al cambio de horario) se desarrollaron en cuatro noches sucesivas de las 10 de la noche a las dos de la madrugada.

El tema de tan amena conversación fue la pederastia de algunos miembros del clero australiano y las acusaciones que se vierten contra el cardenal por haber encubierto a esos criminales con sotana. Antes de venir a Roma como prefecto de la Secretaría de la Economía, Pell fue arzobispo de Sydney y previamente obispo auxiliar y arzobispo de Melbourne.

Nadie ha osado acusarle de ninguna debilidad pederástica, pero sí de haber encubierto a algunos de los más tristemente famosos pederastas clericales como Gerald Ridsdale, ahora en la cárcel condenado a quince años de prisión.

Su defensa ha sido siempre la misma: nunca conoció las «actividades» de esos sacerdotes y ha acusado a sus superiores monseñor Ronald A. Mulkearns, obispo emérito de Ballarat (de donde Pell es oriundo), y a monseñor Francis Little, arzobispo de Melbourne, de haberle ocultado esos delitos. Bajo el acoso de las preguntas de Gail Furnerss, una de los miembros de la Comisión Real que investiga el escándalo, el cardenal no ha retrocedido un paso en su versión, lo cual hizo gritar a la abogada: «Es absolutamente increíble».

A la deposición del cardenal asistieron una veintena de víctimas de la pederastia clerical que le recibieron con pancartas tan simpáticas como «Pell go to Hell» (¡ Pell, vete al infierno!). Al final, un grupo de ellos aceptó reunirse con él para escuchar sus excusas por no haber hecho antes nada en su favor y su compromiso de prestarles a partir de ahora toda la ayuda necesaria. Aunque, por desgracia, el mal ya está hecho y es, en cierto modo, irreparable, por lo menos cabe esperar que dichos desmanes no se reproduzcan y no se tapen.