Alfonso Ussía

Pellizco y nada más

Abrumaron los celos de Sevilla a los aficionados taurinos de Jerez, e inventaron a Rafael de Paula. Sevilla Curro, Paula Jerez. El pellizco. Cuando contrató a un matón para que diese estopa a un futbolista del Cádiz que presumiblemente frecuentaba a su mujer, dio con sus huesos en la cárcel. Lo defendió, entre otros, el ilustre penalista José María Stampa, un gran aficionado al mundo de la buena torería. La torería no es sólo el torero, sino también lo que le rodea, su entorno, su actitud en la calle, sus andares y gestos. Me lo definió durante un almuerzo :-Como persona, muy decepcionante-. Curro era ya una religión y Paula un monaguillo con pellizco, pero poco más. Un buen poeta, de la clase «B» del Veintisiete, Pepe Bergamín, tuvo la fortuna de disfrutar de su pellizco y se enamoró artísticamente del torero jerezano. Le dedicó un poemario, «La Música Callada del Toreo», precioso título para un contenido chungo. Bergamín, madrileño con luces malagueñas, pasó de Paula a Genoveva Forest y Alfonso Sastre, de la luz de la Bahía de Cádiz a los prados verdes de Fuenterrabía, de la bandera republicana al símbolo del hacha y la serpiente, y murió alejado de sí mismo mientras tremolaban en lo alto cuando su ataúd descendía a la soterra decenas de «ikurriñas» multicolores de Herri Batasuna.

Las peripecias de Paula fuera de la plaza le ganaron las simpatías de las izquierdas buenistas. Fue apoderado de Morante de la Puebla, el torero que se mira al espejo aunque no haya espejo, bastante rarito también, y Morante –más torero que Paula y también pretendiente sin éxito a llenar el vacío de Curro Romero–, lo despachó al poco tiempo. Presentó en Ronda un libro de su hijo, insultó a la alcaldesa, menospreció a su hijo, soltó cinco groserías y se fue. Los toreros, los grandes toreros, jamás dejan de serlo. No hay ex toreros. El torero se muere torero, y anda torero, y habla torero. Para colmo, la mala guasa le estalló en Ronda, cuna de Pedro Romero, de Cayetano Ordóñez «El Niño de la Palma» y de su hijo, Antonio Ordóñez Araujo, el más grande de los toreros que ha parido madre.

Paula, como todos los inventos que salen al mercado por capricho, se quedó en eso. El arte del segundo, el pellizco, la media verónica milagrosa y el fervor histérico de los suyos. Un buen abogado-poeta, Benito Barbadillo, sanluqueño instalado en Jerez, también lo siguió de plaza en plaza durante una temporada y le dedicó otro poemario exagerado. Para mí, que Rafael de Paula, el torero del pellizco que no pellizcaba con frecuencia, es la primera víctima de su mito inventado. El Curro Romero de Jerez. Nada más lejano. Curro Romero sólo hay uno, el de Camas, y vive en Sevilla. Y no ha dejado de ser torero, porque Curro, don Francisco, es la síntesis del arte en movimiento, de la palabra medida, de la filosofía del campo, del señorío y la buena educación. Y de la gracia, esa genialidad natural que tanto se agradece.

Paula ha vuelto a hacer de las suyas. No en la plaza, sino en un despacho de abogados, al que acudió con una azada para cambiar impresiones con su abogado. Intentó derribar con ella la puerta del despacho. Su abogado se había opuesto a los deseos de Paula de presentar una demanda contra la duquesa de Alba, Álvaro Domecq y Pedro Trapote. «No tiene ni pies ni cabeza», le dijo el letrado.

Pasó la noche en el calabozo y ya está en la calle. No escribo de un torero, sino de una persona violenta de muy menguada fiabilidad. Y lo siento, porque quiero y admiro a los toreros que no dejan de serlo, es decir, a los toreros de verdad, no a los del mero pellizco, que está muy bien, pero es poca cosa.