Lucas Haurie

Penitencia belga

En el viaje de Susana Díaz a Bruselas, auténtico baile de la debutante ante la institución que financia el Estado de las autonomías, lo interesante habría sido escuchar la reprimenda que a buen seguro le habrán infligido los gerifaltes de la UE a la turista accidental a cuenta de su mal disimulado mamoneo con UGT. La capital de Bélgica es una ciudad aburrida en la que poco útil puede hacer quien no comulgue con la dieta del mejillón, esos «moules et frites» por los que se pirran los valones: comprar chocolate Godiva, visitar el museo Tintín o retratarse ante el procaz Manneken Pis... a no ser que el visitante sea un cacique regional en trance de pasar el plato por los hocicos de los comisarios europeos con la esperanza de esquivar una segura bancarrota. Para lo cual, la Junta de Andalucía debe primero mostrar dolor de los pecados y propósito de enmienda en el confesionario de Durao Barroso. La diplomacia comunitaria se cuida mucho de chorrear en público a nadie pero pueden jurar sin miedo al error que si el gobierno autonómico reclama un solo euro al sindicato hermano es a causa de una rotunda conminación bruselense. Son demasiados millones los que libran estos señores como para aguantar impasibles el reparto cuatrero auspiciado por el socialismo andaluz y, encima, que salga como salió Griñán a darles lecciones de progresismo y humanidad. La arrogancia es una modalidad lamentable del «morder la mano que te da de comer». Es deseable que la presidenta haya presentado sus excusas y se haya comprometido a desvalijar la caja de caudales de los saqueadores. Es decir, cien años de perdón.