José María Marco

Pensar en grande

La Razón
La RazónLa Razón

Cuando Goya empezó a trabajar en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara de Madrid, hacía más de cincuenta años que la empresa estaba en funcionamiento. Forma parte, como otras muchas, de la gran política ilustrada que llevó a la Corona, y al Estado, a comprometerse en la prosperidad de los españoles mediante la promoción de actividades de utilidad pública, que generaran riqueza y conocimientos técnicos y científicos. La Real Fábrica se ha mantenido fiel a esa exigencia durante toda su historia, aunque ahora se enfrenta a problemas que amenazan su supervivencia.

Sería algo paradójico. Según las informaciones publicadas, a la Real Fábrica de Tapices no le faltan clientes ni peticiones. Produce bienes únicos, que además son la condición casi imprescindible para la transmisión de técnicas y conocimientos de artesanía que sin eso, seguramente, acabarán perdiéndose en nuestro país. También responde a una tradición que data de antes de los Reyes Católicos y que hace de la Corona española una protectora muy especial de este tipo de artesanía. Hoy en día Patrimonio Nacional alberga una de las colecciones de tapices más importantes, y más hermosas, del mundo.

La Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara es, además, un símbolo para Madrid. La política ilustrada tenía ambición nacional y logró realizarla con éxito. En ese gran proyecto, Madrid era el punto central, aquel que permitía entender el conjunto. Por eso Madrid fue el escenario privilegiado de la Ilustración española. Antes de eso, Madrid era el escaparate de una Monarquía planetaria. A partir de la Ilustración, lo fue también de una España racional, moderna, europea –se decía antes–, e identificada con unos ideales vigentes desde entonces de progreso, igualdad y libertad.

El Ministerio de Cultura ya ha anunciado su disposición a contribuir a la supervivencia de la Real Fábrica. Ahora la responsabilidad recae en el Ayuntamiento y en la Comunidad. Las dos instituciones le deben esto a la historia y a la sociedad madrileña. Demostrarían también que, más allá de las mezquindades y las proclamas y las sensiblerías demagógicas, bastante repugnantes, a las que obliga la nueva política, están dispuestas a pensar en Madrid como se pensó en el siglo XVIII: en grande, con un proyecto nacional, global, que permita continuar la herencia recibida y sentar las bases de lo que será Madrid dentro de tres siglos. Es lo que viene durando la Real Fábrica de Tapices.